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Por David Escobar Arango* - david.escobar@comfama.com.co
Querido Gabriel,
La emoción más fuerte que he sentido es la generada por el asesinato de mi papá. Ese día no lloré, no fui capaz. En el velorio grité, pero no pude llorar. En el entierro lloré un poco, si acaso un lloriqueo. Pasaron las semanas y no lloraba. Solo pude hacerlo en serio unos meses después, en San Andrés, en el hotel de la excursión de Once. Una noche, mis compañeros salieron de fiesta y yo me quedé, no tenía ánimos. Una amiga de mi corazón, al no verme en el grupo, se devolvió y tocó la puerta, la dejé entrar, me puso la mano en la espalda y dijo las palabras mágicas: “Puedes llorar, tienes que llorar”. Fueron muchas horas de llanto liberado y liberador.
Llevo varias semanas pensando en el acto de llorar, ese que Pablo D’Ors llama “purga” y que Arthur Brooks, en una de sus últimas columnas que inspiró esta carta, señala como una de nuestras experiencias más puramente humanas y, tal vez por su misterioso origen, más cercanas a Dios. ¿Conversamos sobre llorar, de la necesidad del llanto, sus lugares, momentos y secretos, todavía por develar?
El llanto por razones emocionales es exclusivo de nuestra especie. Lloramos cuando perdemos a alguien o nos sentimos indefensos. Nos deshacemos en lágrimas, además, en momentos extraordinariamente felices. También lloramos por asombro, ante la naturaleza y el arte. Esa es, quizás, su paradoja más bella, que sus motivos son amplios, es un rasgo evolutivo cuyo origen y razones no terminamos de comprender.
Ante el dolor, la angustia o el miedo, la fórmula del llanto nunca falla. Es una purga como la que hacemos en casa cuando hay cosas de más o con el cuerpo cuando nuestros órganos están congestionados. Llorar es soltar, liberar tensiones; es como una buena ducha interior, quedamos aliviados, limpios y preparados para lo que sea que nos depare el futuro.
En todo caso, no podemos llorar en cualquier parte y de cualquier forma. Debemos buscar el lugar y el momento adecuados. No todos los espacios son aún seguros para llorones como nosotros. ¿Conoces empresas donde llorar no sea mal visto ni sancionado socialmente? En nuestra cultura, y esto lo podemos decir con más autoridad los hombres, todavía falta mucho para acoger el llanto con la misma amabilidad que tratamos la risa. ¿Será que llegaremos a ser, algún día, una sociedad amigable con las lágrimas?
Brooks dice que el llanto es “una poderosa herramienta para dominar nuestras emociones”. Su hipótesis es que experimentar el gozo profundo es fundamental, pero que este no puede ser permanente porque nos impediría atender los asuntos de la vida cotidiana. Por otro lado, las emociones negativas son mensajes del cuerpo para que hagamos algo, como protegernos o cambiar un comportamiento, pero es necesario controlar el estrés que producen, ya que afecta la salud y el bienestar en el largo plazo. Las lágrimas son nuestro regulador para las emociones extremas.
Hagamos nuestra la tertulia, hablemos de lloradas, pensemos en crear condiciones seguras para el llanto en organizaciones y comunidades, de hacerlo parte de nuestra educación emocional. Solos o acompañados, por A o por B, debemos aprender a llorar si queremos aprender a vivir. Lo necesitamos porque nos libera, equilibra y recuerda que tenemos un lado demasiado humano, vulnerable, algo que, afortunadamente, no podemos controlar. .
*Director de Comfama