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Ernesto Ochoa Moreno
Columnista

Ernesto Ochoa Moreno

Publicado

Las presencias ausentes

Por ERNESTO OCHOA moreno

ochoaernesto18@gmail.com

Apreciado Gabriel:

No es usual que el prólogo de un libro sea una carta al autor. Lo hago así porque, por un lado, tú siempre nos enseñaste a reinterpretar las viejas liturgias y, por otro, a estas alturas de la vida, o de la muerte, los prólogos suenan a epílogos. Y viceversa. (...)

“Para nunca envejecer”, es el pequeño libro que entregas hoy a la feligresía visible o invisible del Monasterio del Viento, esa abadía -no parroquia- “nullíus”, para decirlo en los términos clericales que ya hace muchos años superaste, en la que ahora ejerces tu labor pastoral y mantienes viva tu presencia sacerdotal...

(...)

...Es como si en el otoño de la vida nos hubieras regalado una versión propia del conocido “dicho de amor y de luz” de san Juan de la Cruz: “En la tarde de la vida te examinarán en el amor”. Es lo que nos dices: si quieres seguir siendo joven, mantén vivo no solo el recuerdo sino la vivencia de tus amistades. Y haz cotidiana y perenne esa eternidad de cada día que es la gratitud.

En tu libro haces un homenaje, con nombres y apellidos, a tres grandes amigos que, nos confiesas, marcaron tu existencia: Álvaro Villa, Matías Posada y Fernando González Restrepo. Con nombres y apellidos, repito, porque los verdaderos amigos nunca son anónimos. Más que una semblanza o una nota biográfica de unas personas dignas de recordación, el lector podrá revivir la emotiva memoria de esas amistades, con episodios que fueron decisivos en tu destino; con frases y pensamientos de sus conversaciones que ibas apuntando en tu cuaderno de bitácora; con cartas o mensajes que recibiste y sacas del archivo para que los lectores conozcamos y sintamos su “presencia en la ausencia”.

Como tú eres buen teólogo, pero no en el desasosegante trasiego de teologías dogmáticas que, a ratos, más entorpecen que iluminan la búsqueda humilde del amor de Dios (que es, en el fondo, toda teología), he traído a colación esa expresión “ausencia en la presencia” para aplicarla a la amistad de los que ya no están con nosotros, a los amigos que nos antecedieron en la inquietante pero consoladora realidad que es pasar de la vida a la Muerte. Y de la muerte a la Vida.

El teólogo francés Xavier Leon-Dufour llama “presencia en la ausencia” al Espíritu que nos envió Cristo tras la Ascensión(...). Pues sí, Gabriel, los amigos que ya no están, pero siguen con nosotros, no en el simple recuerdo sino en la vida misma, en la que ya pasó y en la que todavía nos queda, son una presencia en la ausencia. Ausentes presencias inmarcesibles, siempre jóvenes y que nos ayudan a no envejecer (...)

(Ayer murió el padre Gabriel Díaz Duque. En memoria suya, estos apartes del prólogo que escribí para su libro “Para nunca envejecer” (2016).

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