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Presencia

21 de diciembre de 2024
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Por Lewis Acuña - @LewisAcunaA

No recuerdo una Navidad con mi Papá. Mientras estuvo fue un ser excepcional, me lo dice el corazón, sin embargo el ya largo camino de la memoria dejó muy atrás, junto a mi infancia, unos recuerdos a su lado que luchan por mantenerse en una borrosa penumbra o la total oscuridad. Mamá, en cambio, era Navidad.

Hablar de ella es honrar a muchísimas madres. Trabajadora, fuerte, con destellos de invencible. “Estudio, comida, que ponerse y un techo donde puedan meter la cabeza es lo que les puedo dar”, nos repetía. Eramos tres. Cuatro con ella. Cuatro entre millones de personas afectadas por la crisis del UPAC, una de las peores en la historia de Colombia. Afrontó sola la posibilidad de que todo se perdiera. Estudiar, que comer, que ponerse y el techo donde poder meter la cabeza, pasó de ser lo básico a un lujo extremo. Tan extremo como el estrés que afrontó con dignas e incontables horas extras que sumaban algunos pesos al salario pero que restaban horas de sueño y compañía para nosotros sus “tres tesoros”. Aún así, nunca llegó tarde a nada y la Navidad no era su excepción.

Las instrucciones eran claras. Luces allí, árbol aquí, guirnalda allá. “Y cambien esa música, pongan algo navideño -decía- y vayan prendiendo con cuidado unas velas, pero dejen unas para cuando yo llegue. Les llevo algo rico para compartir”. El siete iniciaba oficialmente. El 24, “dejo el pernil en el horno Liliana -mi hermana mayor- vaya dandole unas vueltas”. Los regalos nunca fueron suntuosos, pero siempre acertados. Así siempre, como se forjan las tradiciones. Pero ella no pudo ser invencible aunque lo quisiera.

Su enfermedad fue degenerativa y se la fue llevando durante 17 años poco a poco. Cuando diagnosticaron su enfermedad, fruto principalmente del estrés, uno de los doctores nos dijo que se irían apagando ella y su memoria. Que atesoráramos momentos como revancha contra el olvido. Sus ojos miel con esa profundidad del amor que cobija, se fueron transformando. El mismo color, pero carentes de expresión alguna. La cuota inicial de su ausencia. Aún estando allí junto a nosotros físicamente en esas últimas navidades, era su recuerdo con el que ya celebrábamos sabiendo que nunca conviviríamos con su olvido. Ese recuerdo perdurará en nuestra mente, es el infinito poder de la presencia.

Papá se fue por su voluntad. Mamá en contra de ella. Con él converso ocasionalmente. Con ella dialogo en la eternidad y su presencia está en la tradición que transmito a mi único hijo. La de estar siempre. Con mucho o con poco, estar. Es por mi experiencia el mejor regalo. Nunca suntuoso, siempre acertado. Así será siempre porque la ausencia no tiene acceso a donde los recuerdos habitan.

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