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Tres botellas

Se convirtió en un ritual. Así lo hizo hasta cuando ya su rostro se convirtió en el de un extraño conocido. Una mesa, una silla, tres cervezas. Vista al infinito, atento.

hace 2 horas
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  • Tres botellas

Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

El campesino, que no llegaba a los 40, entró al billar, se quitó el sombrero y se sentó en una de las mesas que daban hacia el parque del pueblo. Uno pequeño, de aquellos donde todos se distinguen y él era el recién llegado.

El garitero, que en un gesto automático pasó el trapo sobre la mesa que estaba limpia y se lo volvía a poner en el hombro, le preguntó que qué iba a tomar. Era tarde, pero era la hora en que el sitio se despertaba para refrescar el ánimo.

El campesino pidió tres cervezas destapadas y dijo que no eran necesarias más sillas, cuando notó que instintivamente el del trapo le iba a acercarle las dos que hacían falta en la mesa. Al llegar las botellas pagó y dijo que así estaba bien, que no se le ofrecía nada más. Empezó a beber de la forma más extraña.

De cada botella, sin prisa, tomaba un sorbo. Con pausa. Bebía y contemplaba más allá del parque, de la iglesia, de las casas. Más allá del letrero de bienvenida en la entrada del pueblo y de las montañas que lo rodeaban. Era un estado de atención, no de concentración. En ocasiones sonría y afirmaba con su cabeza, como si hubiera escuchado una de esas ocurrencias de cuando era muchacho. Al terminarse la tres, se ponía el sombrero y se marchaba.

Se convirtió en un ritual. Así lo hizo hasta cuando ya su rostro se convirtió en el de un extraño conocido. Una mesa, una silla, tres cervezas. Vista al infinito, atento. Una noche, pasando el trapo, el garitero que ya lo trataba con la familiaridad de un cliente, y sin que se lo pidiera, le dijo que ya le traía las tres cervezas, pero que sabían mas bueno si se las iba tomando de una en una para que no se le amargaran ni perdieran el gas. Que sin problema el estaba pendiente para llevárselas.

Agradeciéndole, le dijo que él lo sabía, pero que así estaba bien. Sorbo a sorbo. Era la promesa que habían hecho con sus dos hermanos al coger cada uno por su lado. Sus padres murieron y todos querían un rumbo distinto. Uno a la ciudad, otro para cerca del mar y él, a un pueblito tranquilo con su señora. Prometieron beber así donde estuvieran para recordar todos esos días en que lo hicieron juntos. Para desearse lo bueno. Una cerveza por cada uno de sus hermanos y una por él. De a sorbo por botella, para honrarlos. Así lo siguió haciendo en el billar, hasta una noche de domingo de velitas en la que solo pidió dos.

El garitero, apesadumbrado, al ponerlas sobre la mesa le dijo que lamentaba su perdida y le brindó su mas sincero pésame. El campesino soltó una carcajada. Se disculpó y le explicó que esa mañana en misa su mujer le había hecho jurar que dejaría de beber y tenía que hacerlo. Pero eso no tenía por que afectar a sus hermanos.

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