“¡Téngale miedo a los loquitos!”, se suele decir. En esa frase caben muchos que con sus comportamientos demuestran estar por fuera de todo acto cabal. El mundo ha estado lleno de loquitos. Calígula, Nerón, Atila, Gengis Kan, Iván el Terrible, Adolfo Hitler, Joseph Stalin, Idi Amin Dada, Pablo Escobar, Pol Pot, en fin... la lista es larga y poco grata.
En los loquitos siempre hay algo asociado a la demagogia y a la necesidad sofocante de querer ser dueños y amos del poder. ¿Por qué se comportan así? Porque son resultado de los problemas mentales que en ellos habitan. La neurosis obsesiva-compulsiva, algún tipo de esquizofrenia, trastornos bipolares, demencia o cualquier enfermedad que pudiera figurar en un vademécum de psiquiatría que resuma sus actos.
Pero hay otro tipo de loquitos que, ahí donde los ven causan tanto o más miedo que los declarados clínicamente como enfermos mentales. Esos son los loquitos que le chupan lo bueno a la sociedad y la llenan de una bandida mezcla de embriaguez derivada de su obsesión por el poder y las ganas insaciables que tienen de tragar sin medir los efectos de la indigestión. Esos loquitos han sido sinónimos de maldad en un grado superlativo.
Maldad, he ahí el centro del asunto.
La sicología social dice que la maldad es consecuencia de buscar el daño a los otros. Un daño intencional, planeado, premeditado y moralmente injustificado, que denigra, deshumaniza a las personas y las instituciones, vulnerando cualquier precepto ético y moral.
Colombia está llena de loquitos. Algunos son extremos y sanguinarios. ¿Dolor de cabeza? Por supuesto. Pero hay otros loquitos que están más de moda y viven de la rimbombancia de lo público y se mimetizan en el amparo de la legalidad, en el ejercicio de lo público y en la investidura popular. Desde ahí ejercen su maldad y lo peor es que lo hacen con genuina convicción. Son tan loquitos que se sienten limpios, convencidos de ser independientes en sus actos. Creen que hacen lo correcto y no se dan cuenta de que en sus caras se nota el deseo perverso que tienen de hacer daño.
¿A qué viene esta explicación sobre los loquitos? Porque les dejamos tomar ventaja y nos metieron en el juego del miedo. En Medellín, nuestra ciudad, eso es lo que estamos viviendo. Los dejamos sueltos y se dedicaron a actuar con maldad, metiendo el cuento de que nos liberarán de un yugo opresor en favor de los intereses de unos pocos.
Cuento chino, dirían también las tías, porque es todo lo contrario. Los intereses propios son los de ellos, los loquitos. Intereses maldadosos, que hacen un daño profundo y que, por más que traten de disimular, están llevando las cosas a un mal término, especialmente para ellos, porque se les devolverá como a tantos de su especie en la historia. El karma, dirían de nuevo las tías. El karma del comportamiento maldadoso con el que actúan