El mayor honor que puede dispensar la democracia a un abogado es llevarlo como magistrado a una de las altas corporaciones judiciales. Pero no podemos perder de vista que ese honor también implica una monumental responsabilidad. Un gran compromiso con la sociedad, que a su vez exige estricto apego a la legalidad, al Derecho, a la moralidad, a la independencia, al sentido objetivo e imparcial de sus decisiones. Todo lo cual se traduce en la respetabilidad y alta credibilidad del cargo y de la persona que lo ejerce.
En cualquier lugar del mundo, ser juez o magistrado es ya una presunción de imparcialidad, de justicia y de honestidad. Esa, desde luego, es una presunción desvirtuable, juris tantum, que admite prueba en contrario. Pero, si se llega...