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Colombia, ¡cómo dueles!

11 de junio de 2025
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  • Colombia, ¡cómo dueles!
  • Colombia, ¡cómo dueles!

Por Luis Diego Monsalve - @ldmonsalve

El sábado 7 de junio, mientras el sol apenas aclaraba los cerros orientales, llegué con mi hijo mayor al Metropolitan Club de Bogotá para el Summit 2025 del MIT-Harvard Club de Colombia. Más de trescientas personas —egresados de las dos universidades, investigadores, emprendedores, funcionarios— nos reunimos para hablar de inteligencia artificial, energías limpias y políticas públicas bajo el inspirador lema Shaping the Future.

Confieso que fue reconfortante ver tantos talentos formados en Cambridge regresar a su patria y quedarse aquí, trabajando con obstinación por un país mejor. Yo mismo cursé la maestría en la Escuela de Gobierno Kennedy; mi hijo hizo su pregrado y posgrado en el MIT. Todos compartíamos la convicción de que, pese a la incertidumbre, Colombia puede y debe cambiar para bien.

En ese ambiente de optimismo intervinieron varios precandidatos presidenciales. Uno de ellos fue Miguel Uribe. A sus 39 años demostró que la juventud no riñe con la preparación: habló con solvencia sobre seguridad, educación bilingüe y disciplina fiscal, y respondió con respeto a las preguntas más punzantes. Al terminar su intervención, mi hijo —que no lo conocía— y yo conversamos un momento con él; nos habló, casi con prisa, de la urgencia de unir al país y más tarde se retiró para asistir a un acto político en un barrio de la capital.

Pocas horas después, cuando el evento académico estaba por clausurarse, empezaron a llegar mensajes que nos helaron la sangre: Miguel había sido baleado en plena tarima y trasladado de urgencia a un centro de salud. Al momento de escribir esta columna sigue debatiéndose entre la vida y la muerte. El salón, que minutos antes era un hervidero de ideas, quedó en silencio. Resultaba casi grotesco que el mismo día en que celebrábamos la esperanza de “formar el futuro”, la violencia nos recordara cuán frágil es la vida pública en Colombia.

Para quienes vivimos los años ochenta y noventa —la guerra del narcotráfico, los carros bomba, los magnicidios—, la noticia fue un déjà vu doloroso. Sentí el mismo vacío en el estómago que aquel 18 de agosto de 1989 cuando asesinaron a Galán. Mi hijo, nacido en los albores del nuevo milenio, jamás había sentido tan de cerca el filo de la barbarie; ver su asombro y su rabia contenida me partió el alma.

¿Por qué esta columna? Porque no podemos normalizar que un aspirante a la Presidencia termine en cuidados intensivos por expresar sus ideas. Ni podemos aceptar que la polarización, atizada incluso desde la Casa de Nariño, siga abonando el terreno para la intolerancia. El presidente Petro —cuyo discurso divide entre “pueblo” y “enemigos del cambio”— debería entender que las palabras incendian o apaciguan, y que de su ejemplo depende el tono del debate nacional.

Tres reflexiones y una súplica

1. La academia al servicio del país. El Club Harvard-MIT demuestra que hay cerebros dispuestos a quedarse —o a volver— para construir. Necesitamos tenderles puentes, no levantarles sospechas.

2. La política sin balas. Ninguna causa, de izquierda ni de derecha, justifica aniquilar la del contrario. La democracia se defiende con argumentos, no con sicarios adolescentes armados con pistolas Glock.

3. La memoria como vacuna. Recordar los años más oscuros debe servirnos para impedir su retorno. No repitamos el ciclo de odio que nos dejó miles de muertos y una reputación de país inviable.

Y mi súplica: que Miguel Uribe se recupere, que podamos volver a escucharlo en las plazas y los foros. Que mi hijo, y los hijos de todos, tengan el derecho de discrepar sin correr por sus vidas. Colombia duele, sí, pero mientras haya ciudadanos capaces de reunirse un sábado para pensar en el futuro y levantar la voz contra la violencia, todavía late la esperanza.

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