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No es igual, el ejercicio de la democracia en un modelo inspirado en el sistema parlamentario, que en uno que se desarrolla en sistema presidencialista.
Por Luis Fernando Álvarez Jaramillo - lfalvarezj@gmail.com
Hay una especial preocupación por la adecuación del modelo democrático a las condiciones técnicas y sociales del mundo de hoy. Se estudian los factores culturales, económicos y ambientales que favorecen o entorpecen la implementación del sistema en las estructuras políticas del mundo actual. Hay un afán profundo por desentrañar los secretos de la democracia, a partir de la evaluación interna del sistema. En otras palabras, se considera que la formación cultural, la educación general, amén de otros criterios, constituyen el fundamento necesario para la adecuación del modelo y su implementación en condiciones óptimas. En virtud de este enfoque la democracia se considera y estudia como la pieza necesaria, dentro del rompecabezas de la ciencia política, para lograr los objetivos de desarrollo indispensables para el devenir de las sociedades.
Olvidan los analistas que el modelo democrático debe estudiarse, no solo desde su propia dinámica interna, sino a partir de un contexto interinstitucional, que comprenda el análisis dinámico de la institución y sus relaciones con otras instituciones como los partidos políticos y los sistemas de gobierno. Es decir, no es lo mismo analizar la democracia en un contexto cultural débil, que hacer su estudio dentro de un modelo participativo, convenientemente universalizado. Es decir, una cosa es visualizar el comportamiento de todos los actores humanos, sociales y políticos en una sociedad cuyas vías democráticas sean abiertas, que en una, históricamente sujeta a controles y administraciones refractarias al pluripartidismo y a la libertad de pensamiento y palabra.
Una cosa es identificar el comportamiento de las instituciones democráticas en una sociedad culta, responsable y mayoritariamente libre, otra cosa distinta sucede cuando esa misma sociedad se encuentra encasillada dentro de un sistema político con poco o ningún espacio para la libertad de pensamiento y obra, como sucede con las dictaduras o regímenes autoritarios.
En este orden, es claro que el concepto de democracia también se afecta por el esquema de gobierno. No es igual, el ejercicio de la democracia en un modelo inspirado en el sistema parlamentario, que en uno que se desarrolla en sistema presidencialista, con tendencia hacia un presidencialismo autoritario. El presidencialismo extremo, con una masa amorfa de movimientos políticos, desnaturaliza la democracia. La ausencia partidos políticos fuertes y representativos, debidamente constituidos, con un caudal de votos capaz de ejercer una real función de control político, convierte al gobierno en única esperanza de poder cohesionado y factor de cohesión social, transformando al presidente de la República en una especie de jefe, jerarca o monarca, algo así como un soberano único.
La llamada crisis de la democracia en el siglo XXI en países como el nuestro no es del modelo democrático, es del sistema de gobierno presidencialista. Mientras subsista la absurda creencia de que el presidente encarna la idea de un líder único con vocación mesiánica, digno de ejercer en persona todas las dignidades del Estado, estaremos de manera permanente al borde de un autoritarismo de izquierda o derecha, polarizador e irrespetuoso de las instituciones.