Yo crecí en un hogar en el que se hablaba del respeto por el otro y se nos enseñaba que había que respetar las ideas y posiciones ajenas, así fueran diametralmente opuestas a las nuestras. Mi padre nos decía, y así lo dejó escrito, que “matarse por política es un absurdo”. Era la época de la llamada Violencia.
La primera lección de tolerancia la recibí antes de entrar a kínder. Nuestro vecino era excelente, pero, cuando llegaba a casa, se tomaba sus tragos y empezaba a hablar mal de mi papá y del diario que dirigía: El Colombiano. Nosotros oíamos lo que decía. Sin embargo, papá o mamá reflexionaban con nosotros: “Es cuestión de licor. Él es “laureanista”, nosotros no. Pero por su posición política no se va a acabar la amistad”.
Mi padre era un...