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La lección de Dioselina

A veces hay que contar historias de personas de carne y hueso porque la vida está hecha de hazañas que realizan seres humanos anónimos.

hace 4 horas
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  • La lección de Dioselina

Por Mauricio Perfetti Del Corral - mauricioperfetti@gmail.com

A veces hay que contar historias de personas de carne y hueso porque la vida está hecha de hazañas que realizan seres humanos anónimos. Esas hazañas son significativas porque abren caminos a otros, muestran trayectorias alternativas o favorecen la creación de nuevas perspectivas como decía Henry Thoreau. Corresponden a ciudadanos y ciudadanas de a pie que contribuyen a construir Nación y que por fortuna existen en diversas regiones de nuestro país.

Quiero hablar de una mujer maravillosa de 90 años que falleció recientemente y que tocó profundamente la vida de mi familia. Ella, una mujer de Guayatá, Boyacá llegó a Bogotá cuando tenía 13 años, hija de campesinos que salieron del campo a la ciudad; como muchas mujeres rurales no logró concluir la primaria. Pese a esas limitaciones, fue una mujer sin odios, sin resentimientos; formó una familia que levantó con amor, y mostró que la fuerza interior, el empeño, la perspicacia y la persistencia permiten aprovechar oportunidades para reducir desventajas de la menor educación. Fue una mujer honrada hasta los tuétanos, que sabía reírse de sí misma, además, de una austeridad que supo administrar con sabiduría. Todo lo que hizo Diosita, como le decíamos afectuosamente, lo hizo con amor desde temprana edad.

En estos días escuché una conversación de Fajardo con un grupo de empresarios paisas y me llamó la atención un planteamiento: que en Colombia hay rabia y hay amargura y mencionó un podcast en el que entrevistan a uno de los jóvenes de las bodegas oficiales, en el cual éste inicia expresando “tengo rabia”. Menciono a Fajardo no solo por lo anterior sino, además, porque esa gran mujer llegó a la familia precisamente por él. Ella a pesar de las dificultades y carencias les inculcó a su hijos y nietos exactamente lo contrario: amor, gratitud, decencia y nunca rencor ni abominación. Mientras en el mundo se promueven las guerras, la primera línea pinta avisos de “muerte al burgués” y Petro mismo envía el mensaje de “guerra a muerte”, esa mujer señala antagónicamente que con amor se aprovechan las oportunidades para llegar más lejos, sin lucha de clases y amarguras. Diosita reivindica el milagro de la educación: su acceso transforma vidas y genera movilidad social. Su hijo terminó la educación básica y media completa y ha sido emprendedor de pequeños negocios; uno de sus nietos también tiene un emprendimiento y los otros tres son profesionales: una trabaja en una firma de software, otro trabaja en una empresa multilatina y otro tiene una especialización, dos maestrías (una en el exterior) y es vicepresidente de una gran entidad pública y afirma “siempre me he ceñido a los principios que me enseñó mi abuela”.

Podría decir retomando a Thoreau que esa mujer, madre, abuela y cuidadora logró hacerse la vida haciendo algo honesto, dichoso y aportó a la sociedad con su gran ejemplo: el amor y la fidelidad a principios fundamentales y todos estos terminan impulsando ciertamente a la humanidad contrario a la lucha de clases y las guerras que aún pregonan algunos.

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