Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Si algún día nos diéramos cuenta de que mi rabia, mi abuso, mi forma de transitar corruptamente por el mundo no es más que un agravio a mi propia sociedad, a mí mismo, las cosas serían muy distintas.
Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Estoy en mi moto esperando que el semáforo cambie, cuando me da por pensar qué pasaría si perdiera el equilibrio y me cayera contra el carro del lado y le hiciera un pequeño rayón. Mi respuesta es inmediata: el conductor se bajaría muy pero muy enojado y me insultaría por haberle hecho eso a su carro y porque por mi culpa llegará tarde a donde va. En mi mente, debo decirlo, no se me cruza una posible sonrisa y un ¿estás bien, te pasó algo?, lo mínimo, antes de entrar en los daños materiales. Me da rabia ese pensamiento, ¿por qué dudar del otro si ni siquiera lo conozco? Luego me enojo con este país porque la forma como nos hemos acostumbrado a vivir es lo que ha hecho que tengamos este tipo de reflexiones.
Y la razón es muy simple, como al colombiano lo viven pisoteando, como en muchos lugares toca enojarse para que lo respeten, para que un no rotundo de un alguien mal intencionado se vuelva un puede ser hasta que sea un sí, pues el colombiano utiliza como mecanismo de defensa su furia, su enojo para que los demás no abusen tanto de él. Una lástima, porque sueño todo el tiempo con un país que respete, donde los derechos no tengan que pelearse día a día, porque me gustaría que primara, ante todo, la cortesía, la buena educación antes que la patanería y el enojo para demostrarle al otro que puede pelear y que defenderá lo suyo en vista de que nuestro sistema no sabe hacerlo.
Sin embargo, pienso que en este país querido y odiado esto resulta difícil de cambiar, después de todo, quienes deberían dar ejemplo son los que más abusan del poder y hacen que todo sea más corrupto y caótico. Los ejemplos los vemos a diario cuando nos arriesgamos a ver las noticias.
Muchas veces la impotencia del hombre se refleja en el desquite con el otro que se considera más débil. Nos resulta imposible no poder demostrar que somos superiores, ya sea en fuerza, en dinero, en tantas cosas en la medida que esta escala desigual nos lo permite. Si algún día nos diéramos cuenta de que mi rabia, mi abuso, mi forma de transitar corruptamente por el mundo no es más que un agravio a mi propia sociedad, a mí mismo, las cosas serían muy distintas, Colombia se transformaría como debe ser y uno no estaría dudando a cada rato del otro que está ahí esperando el semáforo, como uno, y que tal vez, lo único que quiere es que a mí, como motociclista, no me pase nada, no me vaya a quebrar la cabeza por culpa de un hueco.
En fin, pienso en esto mientras cambia el semáforo y, por fortuna, no me caigo encima del carro del lado. Arranco añorando que algún día no tengamos que quejarnos más de lo que somos y como somos, que me importe de corazón el otro y lo respete. Disfruto la lluvia que empieza a caer, decido no perder la esperanza. Montar en moto me hace bien.