La institución del Nobel está perdiendo su naturaleza ejemplarizante. Bob Dylan puede ser un cantante y poeta muy célebre y ovacionado. Su calidad como creador musical es innegable. Pero no es el escritor de tiempo completo, de amplia e intensa producción literaria. Salvo dos libros de versos y notas biográficas, Tarántula y Crónicas, no se le conocen cuentos, novelas, ensayos, poesías u obras dramáticas, a menos que se prepare alguna sorpresa que lo saque de la condición de inédito.
Si el Nobel de Literatura ha sido estimulante para los lectores y consagratorio para los escritores buenos (y hasta regulares y malos, porque también se han cometido desatinos), esta vez con Dylan el error es patente y sugiere un disparate deliberado y desafiante,...