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No nos digamos mentiras. Miss Tanguita, el reinado infantil para escoger el mejor “cuerpito” del Festival del río Suárez en Barbosa, Santander, fue un asunto completamente aberrante. Allí se conjugaron la sordidez y la perversión de los que promovieron el reinado con la ignorancia de unos padres con el sueño de que en la genealogía de sus familias existiera una reina.
Esto no es una crítica contra los reinados de belleza ni tampoco un tratado de “superioridad moral”, como algunos de pronto pensarán. Es un asunto de simple sentido común. Que una mujer adulta quiera participar en cualquiera de los 5.800 reinados populares que hay en esta tierra de reinas, vaya y venga. Ella verá si quiere ser miss pepino cohombro, miss yuca o miss totuma. Es su decisión y hace parte de su derecho a la autodeterminación. Si Raimundo Angulo quiere mantener vivo el Reinado Nacional de la Belleza de Cartagena, no hay problema. Algunos le prestarán atención y será una funcionadera de muy pocos con toda seguridad. Pero que una niñita decida por sí misma participar en Miss Tanguita (que entre otros, tiene nombre de página porno), eso sí es raro.
Los adultos son los únicos responsables de lo que pasa con los pequeños. Esa es una obligación social universal. Ahí no hay “tutía”. El problema radica en que en este país estamos llenos de adultos que se precian de ser responsables y adalides de la moral... hasta que pelan el cobre. Miss Tanguita es el mejor ejemplo para entender el poco sentido de la responsabilidad de personas como la alcaldesa de Barbosa, Rocío Galeano, quien defendió (y aún lo debe hacer) la realización del concurso con argumentos como que el desfile fue en el día y no en la noche, que sí se presta para la perversión. Claro, como si al depravado no se le alborotaran las hormonas de día. “Jamás inducí (sic) a las niñas a hacer actos indebidos ni vulgares. Nosotros simplemente estamos promoviendo la defensa del cuerpo, el cuidado del cuerpo”, dijo la alcaldesa a un medio radial. Ay, mi señora, cuando las excusas se inventaron, usted ya se sabía muchas.
Y ni si diga de los padres que pareciera que no se les pasó por la cabeza que inscribir a sus hijitas en Miss Tanguita era matricularlas como objetos de deseo. Detrás de la “desfilaíta” en la tarima de su preciosura, tirando besitos inocentes y tongoneándose con dulzura infantil, algún morboso pudo estar desfogando su libido. Desfilar en tanguita delante de cientos de personas calenturientas por las fiestas populares de un río, no es propiamente lo más sano para niñas menores de seis años. Las niñas pudieron estar concentradas en el sueño real de ponerse una corona, pero otros de pronto estuvieron pensando en ser ellos quienes las coronaran.
Algunos dirán que se le ha dado mucha trascendencia al tema, que un reinado de niñas no es nada del otro mundo, que en los Estados Unidos son expertos en hacerlos. Además, asegurar que Miss Tanguita hace parte de la expresión cultural de un pueblo y que se ha hecho durante 25 años sin que pase nada, es como defender la ablación porque es también un asunto de algunas culturas indígenas y de aborígenes. En un país donde el abuso infantil crece alarmantemente, en el que se calcula que cada dos horas un niño es maltratado por las manos morbosas de un adulto y en el que el embarazo adolescente es desgarrador, Miss Tanguita no es otra cosa que un homenaje a ese cruel y deprimente panorama de irresponsabilidad con los niños.
