Además de ayudar a redescubrir la casa, como decíamos en la columna de hace ocho días, la cuarentena puede propiciar otros reencuentros. Como el del amanecer. De pronto descubre uno, acorralado por la pandemia y acosado por los desencantos de una cotidianidad que es derrumbamiento y catástrofe, que todos esos fantasmas pueden conjurarse respirando los aromas del alba y abriendo los ojos y el alma a las luces y los sonidos del amanecer.
Estar metido ahí, con el cuerpo y el espíritu, piel a piel con...