Se llamaba Mr. Barnato, tenía 84 años y un miedo irracional a morirse. Cuidarlo fue uno de los tantos trabajos que hice durante el tiempo que viví en Londres. Había rechazado una docena de candidatas y por alguna razón me eligió a mí. Dijo que le gustaba mi sonrisa. Le obsesionaba que le fallara el corazón y yo no supiera llamar al 999, así que una de mis tareas diarias era simular la llamada. Un día le dije que no teníamos que ensayar tanto, que mi inglés no era perfecto, pero sí suficiente para reportar una emergencia. Se quedó mirándome con una mezcla de añoranza por lo vivido y envidia por lo que ya no podría vivir, luego me explicó que tenerme alrededor le había hecho caer en cuenta del poco tiempo que le quedaba. “Eres demasiado joven para tener conciencia de ello”, añadió. Me tomó años entender el significado de sus palabras.
Por esa misma época conseguí un novio inglés que me doblaba la edad. Era profesor de literatura y su especialidad era la obra de Oscar Wilde. Uno de sus primeros regalos fue El retrato de Dorian Grey con una dedicatoria a la que no le presté importancia: “La juventud es lo único que vale la pena”, escribió. Hace poco encontré el libro en mi biblioteca, releí la dedicatoria y capté su significado de manera muy diferente. Lo acepto. De un tiempo para acá me acompaña no solo la sensación de estar perdiendo algo valioso e irrecuperable, sino también la impotencia de no poder hacer nada al respecto.
Cuando hice el máster en narrativa en España tuve una compañera de 70 años que había dejado la comodidad de su vida en México para apostarle, al fin, a la escritura de su novela.
El 24 de diciembre estábamos tan solas y aburridas que decidimos juntarnos a compartir una botella de vino. Al filo de la medianoche me dijo: “Tienes demasiado y, sin embargo, no sabes lo que tienes”. Sí lo sé —le dije—. Me queda algo de juventud y ya se me está escapando.
Aún así, lejos de quejarme por la pérdida, agradezco haber entendido que no voy por la vida haciéndome más joven y que la conciencia acerca de ello es lo que me mueve a disfrutar el resto del trayecto ahora que todavía tengo salud y energía.
Hace poco, en el podcast Freakonomics, entrevistaron a David Rubenstein, uno de los hombres más ricos de Estados Unidos. En medio de la charla dijo que daría toda su fortuna por ser cinco años más joven. Leyeron bien: toda su fortuna por ser cinco años más joven. ¡Cinco! Solamente cinco. Desde que lo oí, no he parado de pensar en que se nos va la vida gastándonos algo demasiado valioso sin apenas ser conscientes de ello. Algo que Mr. Barnato no pudo extender con todas las llamadas que me obligó a simular. Algo que el señor Rubenstein no podrá comprar ni con toda su fortuna. Algo que ambos vinieron a valorar en el ocaso de sus vidas. Razón tenía Wilde cuando dijo: “La juventud es tan extraordinaria que en el fondo no es para niños”