Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
El triunfo electoral de Gustavo Petro ha traído la idea de una segunda ola de izquierda en el continente. Afanados por interpretar bajo conjuntos homogéneos lo que es en realidad un grupo diverso de presidencias y propuestas programáticas, analistas y políticos y periodistas insisten en que, dos décadas después del movimiento que encumbró a personajes como Chávez, Correa, Evo, los Kirchner o Lula, ahora América Latina inicia un periodo similar, un segundo tiempo del pasado, con fuerza en la integración regional y un abierto antimperialismo. Pero existen grandes diferencias.
El mapa geopolítico de lo que llaman “la izquierda” regional, al que hoy se suma nuestro presidente electo, está compuesto por gobernantes que comparten ciertos rasgos discursivos sobre el peso de lo nacional y la importancia de la creación de redes continentales, la necesidad de profundizar el papel del Estado y garantizar desde allí los derechos más básicos y la defensa de las libertades y la diversidad. Las discrepancias, por otro lado, son enormes. Poco se parece el remolino corrupto de Nicolás Maduro con el programa del novato Gabriel Boric o el autoritarismo de Daniel Ortega con las llamadas a profundizar el capitalismo del gobierno de Alberto Fernández. Una cosa es López Obrador y otra muy distinta Pedro Castillo. La generalización es tan burda que algunos incluso meten en la misma bolsa a las formas dictatoriales de Nayib Bukele.
Pero, además, los contextos entre las presidencias autodenominadas de izquierda al iniciar el siglo XXI y las que empiezan a ser mayoría son radicalmente distintos. En lo económico, a diferencia de aquellos tiempos cuando los precios del petróleo y de las materias primas permitían el gasto a manos llenas, el hemisferio atraviesa ahora enormes dificultades. Eso, a su vez, repercute en sociedades que se sienten defraudadas por el sistema político, inconformes con su actualidad y sumamente impacientes. Presidencias como la de Boric y ahora la de Petro son resultado de esos estallidos. En ese sentido, la capacidad de maniobra de los gobiernos existentes es tremendamente limitada y sus acciones estarán signadas, más que por sus discursos, por la capacidad de llevar adelante reformas que necesitan grandes acuerdos políticos. En este punto la moderación parece ser la consigna. De lo contrario, pasaremos a hablar rápidamente de proyectos fracasados que malvivirán sus años en el poder.
La idea en torno a lo que se denomina “una nueva ola de izquierda” es simplista. Pero en nuestro país, además, la propuesta nominal de difuminar los contrastes tiene un objetivo claro y poco inocente. No son ignorantes aquellos —o al menos no la mayoría— que vociferan que es lo mismo izquierda y progresismo y socialismo y comunismo. Es una frase estúpida, pero bien pensada. Es la pretendida narrativa que mezcla virtudes con horrores para construir en ese amplio abanico la identidad del otro al que hay que odiar y derrotar. Esperan que en algún momento la mentira les dé el triunfo en las urnas