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En Junín nacieron verbos como astorear y fuenteazulear. El fallecido ingeniero eléctrico Gabriel Escobar Gaviria, ducho y hacha en el manejo del idioma, inventó estos infinitivos.
Por Óscar Domínguez - oscardominguezg@outlook.com
Se espían con el rabillo del ojo. No se pisan las mangueras. Cada cual tiene su nicho gastronómico. Ambos operan en esa babel que es el centro de Medellín. Junín les dio posada. Ninguno desea que le vaya mal a la competencia. Para todos hay. La registradora no se cansa de sonar en ambos negocios.
El Ástor y Versalles nacieron de cerebros fugados extranjeros que se quedaron en Colombia flechados por el paisaje y por vanguardias y retaguardias femeninas. Con el Astor, Suiza dijo presente, Con el Versalles, argentina, agradeció la acogida que recibieron desde siempre Gardel, Borges, Sábato, Cortázar, y decenas de poetas gauchos con los pies llamados futbolistas.
Ástor respira aristocracia desde hace 95 años. Huele a Chanel. Versalles es de dedo menos parado. Intelectuales puros e impuros los frecuentan. Miles levantamos novia en sus jurisdicciones. Muchas ultimitas que se daban los enamorados terminaron en la machista epístola de Pablo.
Cierran los domingos. La población flotante que circula esos días pocón gasta. Y la muchachada ya no va los domingos a ver y a dejarse ver. La vanidad cambió de escenario.
Los nostálgicos que consulté con ocasión de los 95 años del Ástor agradecen haber mejorado allí la hoja de vida de sus papilas. Los hay que recuerdan la copa de nieve o de fresas, los sánduches de queso, sapitos de crema y arrancamuelas. No ha visto amanecer quien no ha devorado sus besos de negra o los famosos moros.
Versalles dice presente con las empanadas argentinas que trajeron don Leo Nieto y herederos. Que no falten los buñuelos achatados o los pandeyucas. Hay quienes le guardan fidelidad de perrito de la Víctor a la milanesa y otras exquisiteces italianas. Argentino que no venda carnes es de Titiribí.
Pido disculpas a mis bellas amigas de “jodentud” por no haberlas invitado nunca a esos lugares. Me lo impedía “mi flaca bolsa de irónica aritmética”. Debían contentarse con conos de San Francisco, delicias de El Colmado, Cardesco o Fuente Azul.
En Junín nacieron verbos como astorear y fuenteazulear. El fallecido ingeniero eléctrico Gabriel Escobar Gaviria, ducho y hacha en el manejo del idioma, inventó estos infinitivos. No se conoce la paternidad responsable de juniniar. Para no pasar de incógnito propongo versallear.
Hace 57 años, un plácido domingo, Domínguez le picó arrastre a una audacia femenina que salía del Ástor. Ese día “supe que me estaba destinada, mejor dicho que yo era el destinado”. El teléfono que le coroné en plena calle reencarnó en dos hijos y cuatro nietos. La mujer de todas mis vidas comía besos de negra, hoy simplemente besos, y moros del Ástor. Cuando los nietos Sofía e Ilona, Mateo y Patrick coincidieron en Medellín, los invitamos a pecar dulcemente allí. Gloria y yo seguimos persiguiendo el sol.