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Tin, tan, tun

05 de junio de 2025
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  • Tin, tan, tun
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Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com

Tiene la cara de quien no se ha aburrido un segundo en la vida. Desde su sonrisa sin dientes, “El Avispa” formula la declaración de principios de su emprendimiento: se trata de un motel para que sus parceros habitantes de la calle le jalen al “delicioso”, como llama al jurásico acto de hacer el amor.

“Yo soy El Avispa, tan avispao que me inventé el motel para los habitantes de la calle porque todos tenemos derecho a hacer el delicioso. Me lo inventé porque yo veía a mis parceros haciendo cosas que no debían hacer en las esquinas. Ellos también tienen derecho a hacer sus deberes de amor, como lo hago yo, o cualesquier persona”, pontifica este empresario de sitios para amantes sin salario.

@Ladyaniellag. lo entrevistó para sus redes. “El Avispa” hace su trabajo con tantas ganas y profesionalismo que debería cobrar por copiar su forma de levantar para los frisoles.

Un aviso escrito a mano en un pedazo de cartón informa a la variopinta clientela: “ai piesa, $ 1.000 y $ 500”. Está claro que para hacer el amor no se necesita buena ortografía. Cobra 2 mil pesos si es en la suite que incluye almohada y cobija. Y tiempo adicional por si las partes tienen con qué doblarse.

Las parejas sobregiradas en ganas le preguntan de cuánto tiempo disponen: “Diez minutos no más: tin, tan, tun, y suerte”. El recursivo empresario defiende los bajos precios porque así les queda a sus clientes para “el viajecito”. Cobra $300 adicionales por cuidar bicicletas que me recordaron la desangelada de la película de Vittorio de Sica. Admite que en su erótica actividad se gana entre 30 y 50 mil pesos diarios. Es un Elon Musk de la motelería.

Las habitaciones están hechas con residuos recogidos en la calle: colchones, cobijas, cortinas, sabanas que tienen mútiples reencanaciones.

En un recorrido por “el emprendimiento” aprovecha para pedirles a los usuarios que le vayan diciendo adiós al delicioso. “Ya sabe, papi, son diez minutos y me desucupa pa que no tengamos problemas”, dice poniendo voz de bravero.

Obviamente, tiene que estar alerta porque casos se han dado de audaces romeos y julietas callejeros que se le cuelan y le ponen conejo. Y para que la autoridad no lo moleste les da para la gasolinita. “Yo respeto y a mí se me respeta”, notifica

Loor a los clientes de “El Avispa”, que no se enferman de los que quieren sino de lo que pueden. No tienen que pagar arriendo. Desconocen el verbo trabajar. No son constituyentes ni contribuyentes. Confunden el wasap con un policía acostado. Su inteligencia para sobrevivir en la precariedad es natural, no artificial. De algo sirve vivir cobijados por las estrellas como habitantes de la calle.

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