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Por Federico Arango Toro - fedearto@icloud.com
La teoría del caos, originada en la física, matemáticas y otras ciencias, plantea que, en sistemas dinámicos no lineales, pero sí deterministas, pequeñas acciones pueden generar efectos exponenciales e imprevisibles. Lo que comienza, por ejemplo, como una leve pero controversial decisión de tipo administrativo puede terminar generando una debacle de grandes proporciones. En política, y especialmente en la conducción del Estado, ese intrascendente error puede adoptar la forma de un nombramiento de segundo nivel, alguna omisión o tardanza administrativa, una reforma parcial o cualquier declaración ambigua. En apariencia decisiones de poca significación, en la práctica y en su conjunto pueden terminar propiciando puntos de inflexión institucional.
La hipótesis subyacente es que ciertos gobiernos, en especial aquellos con orientación radical contraria al orden institucional, no necesitan atacar frontalmente el sistema que buscan aniquilar. No les hace falta clausurar la democracia, ni acallar la prensa o disolver poderes; basta con hablar mal de todos ellos y hasta tratarlos de “HP”. Con esto, las normas pierden fuerza, las instituciones decrecen en autoridad y la ciudadanía se contagia de desconfianza y ansiedad.
En el gobierno en curso esto se observa tanto en la inacción deliberada en múltiples frentes, como en la intervención mínima pero disfuncional dada en otros. No es necesario reformar de fondo la salud, la educación, el sistema eléctrico, el código de trabajo, el otorgamiento de licencias ambientales, la estructura de concesiones en OOPP, la política de auto abastecimiento energético, las relaciones internacionales y comerciales, la construcción y viviendas VIS, para asfixiar sus operaciones cotidianas. Tampoco hay que deslegitimar abiertamente las Fuerzas Militares y de Policía, si se puede desdibujar su función con el nombramiento de algún ministro incapaz, emanar directrices vagas, recortes presupuestales o vacilaciones discursivas. Las instituciones, como cualquier organismo vivo, pueden también atrofiarse o matar por desnutrición, no solo por ataques francos y directos.
Estimo que como sociedad cometemos grave error al criticar al presidente Petro atribuyendo sus decisiones a desorden mental, a la somnolencia que le produce el café al amanecer, a ineptitud, a improvisación, o a indescifrables planteamientos que suele hacer en sus ‘trabadiscursos’. Si bien no faltan razones para pensar sobre su carencia de preparación como estadista, no debemos consolarnos creyendo que ello justifica nuestro errático presente; debemos alertarnos pensando que tal camuflaje solo sirve para ocultar sus verdaderas intenciones, las que, además, en nada difieren de las pretendidas en su pasada y opaca vida, al decir de algunos de sus excompañeros, como insurgente. Se descubre una estrategia al amparo de la teoría del caos, en procura de desorganizarlo todo para reinar creando confusión y posterior reinvención de los términos del juego.
El caos no siempre es ausencia de orden y propósito. A veces es un orden alternativo que se gesta en la penumbra, que se disfraza de accidente o incapacidad, pero que responde a fines claros: debilitar los pilares del sistema liberal y democrático para levantar, sobre sus ruinas, un nuevo edificio ideológico.