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Otra ciudad

A veces paso por uno de esos barrios donde pasé tiempo con amigos o donde corría por las mañanas y me gustaría decir que todo está mejor, que veo los parques más verdes o las calles menos sucias, pero ni lo uno ni lo otro.

18 de julio de 2023
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  • Otra ciudad

Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com

Hay barrios de la ciudad que son importantes en la historia de cada uno. Siempre me gustó cuando mis papás me contaban, pasando por cualquier barrio, lo que había ahí cuando ellos eran jóvenes. Las casas del uno o del otro; la discoteca que ya tumbaron y que ahora es un gran supermercado, la casa del primo en la que ya hay una clínica, el restaurante que ya no existe, las fincas que ya son edificios.

Ahora cambiamos a otro ritmo más acelerado y con menos tiempo para comprender tantas transformaciones.

En los últimos años Medellín ha sido mencionada en muchos rankings: el que publica las ciudades que la gente más quiere visitar o el que señala cuáles son las calles más cool del mundo. Nos han mencionado en revistas internacionales como una ciudad atractiva para el turismo y en cuestión de 10 años, la ciudad es otra.

A veces paso por uno de esos barrios donde pasé tiempo con amigos o donde corría por las mañanas y me gustaría decir que todo está mejor, que veo los parques más verdes o las calles menos sucias, pero ni lo uno ni lo otro. Parece que no hay quien planee y en los últimos cuatro años, está claro, tampoco hubo nadie para ejecutar.

Provenza, es según uno de esos rankings, una de las calles más cool del mundo. No sé cuáles sean los criterios para aparecer en esa lista, pero caminar por ahí es ser espectador de la decadencia. Hace unos días hice el recorrido hasta la Avenida Las Vegas y aunque ya sé que muchos lo han comentado, no quería dejar pasar todo lo que vi.

Las basuras están arrumadas en una esquina de un puente que queda sobre la quebrada La Presidenta.

El barrio estaba repleto de gente, ofrecen droga como si vendieran chicles, sin ninguna preocupación por hacerlo en voz alta.

Bajamos por la calle 10.

Después del cierre que se le ocurrió al alcalde y con el que limita la entrada al parque Lleras; la gente se acomodó alrededor bordeando las rejas, las aceras fueron colonizadas por jíbaros, por personas disfrazadas de Pablo Escobar con enormes metralletas de juguete y por proxenetas que ofrecen mujeres en todos los idiomas.

Me sentí horrorizada, había grupos de mujeres que no pasaban de los 16 años. Se estaban maquillando al lado de un semáforo, una de ellas alertó a las otras para que posaran distinto porque venía un grupo de extranjeros.

Esto, cada 50 metros. Mujeres y niñas indígenas tiradas en el suelo entre la prostitución, la droga, el bullicio y la basura. Algunas de ellas con un parlante y con sus hijos de tres y cuatro años bailando frente a todos.

Dos policías al lado de la reja de entrada al parque Lleras. Mirando.

Cuatro funcionarios de espacio público con sus chalecos, recostados en la reja.

Nos hemos acostumbrado al horror.

Ya no nos escandaliza.

“Ya la ciudad es esta”, aseguró un amigo.

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