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Lluís Bassets
Columnista

Lluís Bassets

Publicado

Pactos con el diablo

El desenlace de una larga guerra de desgaste en raras ocasiones es efecto de la balanza que se inclina súbitamente en favor de uno de los lados. En los campos de batalla suelen darse victorias pírricas, de costes enormes en vidas y de minúsculas conquistas. También sucede en las trincheras económicas de la guerra mundializada, igualmente de desgaste, con las que Rusia quiere destruir a Ucrania y agotar a sus aliados.

Más pronto o más tarde, todo conduce al protagonismo de la gran diplomacia internacional. Desde Moscú se presiona a los países más pacifistas y propensos al acuerdo. Y desde Washington y Bruselas se trata de convencer a los que contemplan el espectáculo desde la barrera, y sobre todo a China para que abandone su apoyo incondicional a Putin. Será decisiva la capacidad de cada bando de trenzar las alianzas que obliguen a Ucrania y a Rusia a declarar cuanto antes un alto el fuego y luego a negociar.

China piensa en Taiwán, en sus pretensiones anexionistas con fecha para mitad de siglo XXI, aunque, a diferencia de Rusia, le interesa la estabilidad política y el mantenimiento de tantas cadenas de valor globales como sea posible, puesto que de ellas depende su prosperidad. El pozo negro en el que está cayendo Sri Lanka, país incendiado por los chispazos del precio de la energía y de los alimentos, es un aviso respecto al futuro de numerosos regímenes autoritarios, receptores de inversiones chinas en infraestructuras de doble uso, comercial y militar, como parte de la Nueva Ruta de la Seda.

Si son las alianzas las que van a inclinar la balanza, nos acechan sorpresas no siempre agradables. Hitler pactó con Stalin para invadir Polonia en 1939, nueve días antes de comenzar la guerra mundial. Fue un pacto con el diablo, según el periodista alemán Sebastian Haffner, que utilizó la expresión para su libro sobre las relaciones entre Berlín y Moscú; propiamente, un pacto entre dos diablos. Stalin fue el diablo con el que pactaron Roosevelt, primero, para derrotar a Hitler y, luego, Truman para repartirse Europa y el mundo en esferas de influencia. ¿Con quién habrá que pactar ahora para derrotar a Putin?

Con su gira por Oriente próximo, Joe Biden está respondiendo a la pregunta. La Otan lo hizo en Madrid, cuando consiguió luz verde de Erdogan a la incorporación de Finlandia y Suecia, al precio de una actitud menos benevolente con la oposición turca exiliada en los dos países nórdicos. A cambio de petróleo para resistir ante Putin, los aliados de Ucrania tejen lazos con Arabia Saudí y Emiratos, como podrían tejerlos con Irán y Venezuela si llegara el caso.

El maoísmo, de nuevo vigente en Pekín, explica los pactos con el diablo como la distinción entre la contradicción principal, ahora entre Rusia y la Otan, y la contradicción secundaria, que conduce a olvidar los valores por los que se lucha en los campos de batalla cuando se trata de contar con aliados que los desprecian para alcanzar la victoria 

El País

El desenlace de una larga guerra de desgaste en raras ocasiones es efecto de la balanza que se inclina súbitamente en favor de uno de los lados. En los campos de batalla suelen darse victorias pírricas, de costes enormes en vidas y de minúsculas conquistas. También sucede en las trincheras económicas de la guerra mundializada, igualmente de desgaste, con las que Rusia quiere destruir a Ucrania y agotar a sus aliados.

Más pronto o más tarde, todo conduce al protagonismo de la gran diplomacia internacional. Desde Moscú se presiona a los países más pacifistas y propensos al acuerdo. Y desde Washington y Bruselas se trata de convencer a los que contemplan el espectáculo desde la barrera, y sobre todo a China para que abandone su apoyo incondicional a Putin. Será decisiva la capacidad de cada bando de trenzar las alianzas que obliguen a Ucrania y a Rusia a declarar cuanto antes un alto el fuego y luego a negociar.

China piensa en Taiwán, en sus pretensiones anexionistas con fecha para mitad de siglo XXI, aunque, a diferencia de Rusia, le interesa la estabilidad política y el mantenimiento de tantas cadenas de valor globales como sea posible, puesto que de ellas depende su prosperidad. El pozo negro en el que está cayendo Sri Lanka, país incendiado por los chispazos del precio de la energía y de los alimentos, es un aviso respecto al futuro de numerosos regímenes autoritarios, receptores de inversiones chinas en infraestructuras de doble uso, comercial y militar, como parte de la Nueva Ruta de la Seda.

Si son las alianzas las que van a inclinar la balanza, nos acechan sorpresas no siempre agradables. Hitler pactó con Stalin para invadir Polonia en 1939, nueve días antes de comenzar la guerra mundial. Fue un pacto con el diablo, según el periodista alemán Sebastian Haffner, que utilizó la expresión para su libro sobre las relaciones entre Berlín y Moscú; propiamente, un pacto entre dos diablos. Stalin fue el diablo con el que pactaron Roosevelt, primero, para derrotar a Hitler y, luego, Truman para repartirse Europa y el mundo en esferas de influencia. ¿Con quién habrá que pactar ahora para derrotar a Putin?

Con su gira por Oriente próximo, Joe Biden está respondiendo a la pregunta. La Otan lo hizo en Madrid, cuando consiguió luz verde de Erdogan a la incorporación de Finlandia y Suecia, al precio de una actitud menos benevolente con la oposición turca exiliada en los dos países nórdicos. A cambio de petróleo para resistir ante Putin, los aliados de Ucrania tejen lazos con Arabia Saudí y Emiratos, como podrían tejerlos con Irán y Venezuela si llegara el caso.

El maoísmo, de nuevo vigente en Pekín, explica los pactos con el diablo como la distinción entre la contradicción principal, ahora entre Rusia y la Otan, y la contradicción secundaria, que conduce a olvidar los valores por los que se lucha en los campos de batalla cuando se trata de contar con aliados que los desprecian para alcanzar la victoria.

El País

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