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Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
El año pasado se entregó, por primera vez, el Premio Nacional de Poesía María Mercedes Carranza, convocado por el Instituto Distrital de las Artes, con el apoyo de las editoriales Luna Libros y Cardumen. Al concurso se presentaron 245 propuestas, y Laura Andrea Garzón fue la ganadora por el libro pan piedra, pequeños relatos poéticos que nos hablan de las muchas formas del abandono, pero con un tono que, así duela, también se siente como cuando se tiene frío y se bebe lentamente un chocolate caliente con pan y el queso se derrite adentro.
Del libro de Laura me gustó la descripción de la cotidianidad, del barrio bogotano, de las tejas rotas que dejan ver el cielo, de las frases que nos van armando el universo de la hija, que se llama La Reina; la abuela, Dioselina; y de la madre, El Mundo; una trinidad que quiere estar bien porque, después de todo, “nos tenemos la una a la otra”, porque esta es una familia, como cualquier familia, excepto que sin Padre.
Un padre sin nombre, ¿debería tenerlo si nunca ha estado? ¿Se puede actuar la relación padre e hija? “Le doy instrucciones como a los actores. Como en las películas. Deseo que seamos como en las películas”, y padre e hija cocinan pizza para enmendar las ausencias, para hacer el intento de tener alguna memoria, “la idea de Padre aún no existe crece entre los dedos”, así, más adelante, él piense que esta es la historia del padre que nunca debió tener hijos. “Padre es mi dedo perdido el miembro faltante”.
Y en medio de las ausencias, el alimento es compañía, nos alimentamos para ser felices, o al menos intentarlo; por eso me parecen acertadas y hermosas las referencias al alimento, al pan específicamente: pan de pobre, pan blandito, una ciudad como Bogotá vista a través del pan. Y mientras entran los aromas, las imágenes, por un momento me quedo pensando en una bobada, en la poesía que tiene por sí misma la palabra ‘pan’, cosa que, para mí, no tiene la palabra arepa. Sin embargo, Laura me sorprende y hace de la arepa lo insospechado. “El cuerpo de Cristo que llaman hostia me hace pensar en/ una arepa de esas que haremos luego de la misa cualquier/ domingo a mis diez años/
junto al caldo/ no hay condena posible más que la espera a que/ esté listo y se ase la masa blanca rellena de queso/
Ojalá esta fuera nuestra misa e hiciéramos como los/ vecinos cristianos que cantan todo el día/
e invitan a la gente a comer a su casa/ A la masa blanca le quedan pequeñas manchas/ negras y cafés/
en los lugares donde ha recibido más calor/ cuando las comemos/
ninguna de las manchas importa”.
El poeta es el que demuestra que todo puede ser poesía, y sé muy bien que, así el libro jamás pudiera llamarse “Arepa piedra”, Laura no le teme a regocijarnos con esa voz tan contundente y distinta que nos demuestra que “en todos los escenarios habríamos tenido que conocernos habríamos tenido que destruirnos para poder decir nacimos”. Y eso consuela.