Mientras los arúspices hacen contradictorios vaticinios sobre los impactos y duración del coronavirus, aparecen en el escenario tres exministros de Hacienda para evaluar y pronosticar los daños económicos y sociales que se están generando y que arreciarán con el cierre de empresas y la destrucción de empleos.
Juan Camilo Restrepo –ministro de Andrés Pastrana– vaticina que “habrá empresas y actividades que quizás nunca se recuperarán. Habrá empleos que tal vez nunca reaparecerán. Habrá cadenas productivas que quedan con eslabones empresariales gravemente averiados. Y todo esto sin contar que puede haber recaídas en la furia de la pandemia que requiere nuevos confinamientos y nuevas cerrazones económicas”.
Mauricio Cárdenas –ministro de Juan Manuel Santos– utiliza la figura de cuidados intensivos para meter allí las malas cifras del empleo en Colombia. Nadie, sostiene, preveía un escenario tan malo. Esas cifras, según Cárdenas, parecerían ir desplazando las preocupaciones del coronavirus. Sostiene que el principal reto hoy del país es evitar que el desempleo siga aumentando. Plantea la necesidad de lograr un acuerdo entre empresarios y trabajadores, para darle la correcta y jurídica interpretación al llamado “mínimo vital”.
Roberto Junguito –ministro de Belisario y Uribe– si bien pondera el acierto del gobierno Duque en el manejo económico que le está dando a la pandemia, considera como prioridad de su acción la salvaguarda del empleo. Sabe que la estabilidad laboral es la base para la conservación de la paz social del país. Si la desocupación se desborda, las incertidumbres serán foco de toda clase de tentaciones sediciosas.
Es grave que en Colombia en abril de este año, comparado con abril de 2019, se hayan perdido 5 millones de empleos. Y seguramente mayo será peor. Si la tendencia ascendente sigue y no se quiebra, la pobreza será irrefrenable. Y la pobreza engendra violencia. Y esta desata muerte en proporciones mayores quizás que la misma pandemia.
Reto difícil el aprender a vivir en medio del coronavirus. Para hacerlo con acierto, hay que tomar conciencia personal y colectiva de implantar la disciplina. Es el mejor medio de encarar la pandemia. Quien no quiera practicar la higiene personal, guardar las distancias físicas en la socialización y los protocolos para evadir el contagio del virus, es porque quiere suicidarse, ya sea en la edad primaveral o en la otoñal. Y ahí el Estado tiene poco o nada por hacer, así le ponga un policía a cada habitante para que cumpla las normas.
La curva de la peste parece que aún no está cerca de aplanarse. Por eso se requiere practicar y prolongar la disciplina social, distinta de mantener encadenados a empresarios cabezas de la cadena productiva, ya conscientes y preparados con rigurosos protocolos de seguridad y sin relajamientos wirresponsables, como tampoco enjaulados, a la manera de sinsontes y turpiales que, ya viejos entre rejas –“alambres de garantías hostiles”–, morían de melancolía.
Empezar a reconstruir el maltrecho tejido económico, social, laboral y de salud pública es el reto de un Estado para que sea justo y eficaz. Ya los gurúes de la economía saben que adoptar medidas contracíclicas para épocas de emergencias, puede ayudar a paliar las tragedias.