Llegó el momento de bajar expectativas, de mirar hacia otro lado, de taparse la nariz y agachar el lomo. Tras el evidente golpe de realidad que sufre Occidente por la escasez de petróleo a causa de la guerra en Ucrania, llegó la hora de ser pragmáticos, relajar los planes climáticos y hacer pactos con gobiernos autócratas. El invierno está más cerca de lo que se piensa y el dilema moral es inevitable.
Desde que empezó el verano para muchos países con estaciones, es decir, desde el 21 de junio, cualquier observador de las noticias se habrá dado cuenta de los vaivenes de los políticos por rutas y países que hasta el año pasado no tenían pensado transitar. La búsqueda de acercamientos con países cuyos líderes son cuestionados nunca se les habría cruzado por la mente; es más, varios habían dicho públicamente que jamás tendrían tratos con personajes autoritarios, violadores de derechos humanos y opresores de su propio pueblo.
Pero ante la realidad de esta guerra declarada por Putin, que no tiene visos de acabar, como en otras áreas de las relaciones humanas hay que tragarse las palabras y el orgullo y hacer alguna que otra concesión. Porque ha llegado el momento en el que debe primar eso que los analistas políticos llaman el “principio de la realidad”: cada uno tiene que defender los intereses geopolíticos y estratégicos de su país. Primero mi gente.
De manera, pues, que hemos visto al presidente de Estados Unidos Joe Biden viajar hasta Arabia Saudí, saludar de puñito cerrado al heredero al trono, el príncipe Mohammed bin Salman, y hacer de tripas corazón después de que hace nada había dicho que la CIA tenía pruebas de que este jeque era el autor intelectual del salvaje asesinato del periodista Jamal Khashoggi dentro del consulado árabe en Estambul. Y como Khashoggi trabajaba para el Washington Post, Biden escribió antes de viajar, en las páginas de ese periódico, una especie de justificación sobre el por qué de su viaje.
Previamente, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan se había visto en la tesitura de recibir en Ankara al mismo príncipe Salman con la exigencia de que publicara fotos de los dos dándose la mano para que el mundo entendiera bien claro que lo ocurrido quedaba en el pasado.
Luego hemos contemplado las imágenes de Emmanuel Macron agasajando al jeque de Emiratos Árabes Mohammed bin Zayed Al Nahyan con toda la prosopopeya y el “charme” del que hacen gala los franceses. Y la última movida de ficha la acaba de dar Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, viajando hasta Baku para sellar un trato de suministro de gas con el presidente de Azerbaiyán Heidar Aliyeb, autócrata en toda regla, que tras un golpe de Estado en 1993 gobierna con mano dura.
No es que sean extraños todos estos movimientos dudosamente éticos. Los colombianos ya habíamos observado con estupefacción el acercamiento del gobierno Biden a Maduro para asegurar petróleo venezolano. Pero sí impresiona ver en acción el ejercicio de la política no ya como el arte de lo posible, sino de lo imposible. Realpolitik en directo