Por David E. Santos Gómez
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, atraviesa una particular paradoja tras año y medio en el poder. Por un lado, tras un declive consistente en su popularidad desde la posesión, ahora sus números mejoran, impulsados por éxitos militares como la muerte del líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, o triunfos legislativos, al lograr la aprobación de su paquete económico que espera reducir la inflación y que, entre otras cosas, pretende bajar los precios de los medicamentos genéricos e impulsar las energías limpias. Del otro lado, sin embargo, ha aumentado la incertidumbre en torno a su salud. Al presidente de 79 años se le ve con frecuencia confundido en sus declaraciones públicas y aturdido en medio del ejercicio administrativo.
A menos de tres meses de las elecciones de medio término, que redibujarán el tablero en Senado y Cámara, Washington es un hervidero. Cualquier movimiento político es escrutado con delicadeza para intentar ensalzar lo propio y denigrar del contrario. Con un país dividido y una grieta cada vez más amplia entre posturas liberales y conservadoras, ya son varias las voces que alertan de la fragilidad del mandatario y la imposibilidad de una campaña de reelección.
La pregunta sobre un posible sucesor de Biden sobrevuela el ambiente frenético que se siente por estos días tanto en el Capitolio como en la Casa Blanca. Más allá de la especulación médica sobre el mandatario, que con frecuencia pasa a ser irrespetuosa u oportunista en la violencia de la política partidista y los medios de comunicación sensacionalistas, es muy posible que la realidad de la salud del actual presidente le impida aspirar a cuatro años más en el Salón Oval. Lo que no se ve claro, hasta ahora, es el nombre que tomaría la batuta de los demócratas en la carrera electoral del 2024.
Hoy el partido de gobierno parece ir paso a paso. No quieren que el momentum vivido por los recientes triunfos de su colectividad se opaque con dudas sobre el futuro cercano. Lo primero será obtener un buen resultado en noviembre, mirar de qué forma se reestructura la política legislativa nacional y luego ajustar lo necesario para encarar la segunda parte del mandato. Después empezarán a decantar la parrilla de los aspirantes a recibir la posta.
En la otra esquina, por supuesto, se frotan las manos. Los republicanos esperan que la idea de un presidente débil les ayude a construir y a estimular su propio candidato. Los conservadores parecen embebidos en su propio torbellino de furia y se muestran envalentonados. Aseguran que hoy cualquiera podría arrebatarle la presidencia a Biden en las urnas y su apuesta parece ser —una vez más— Donald Trump, que se ufana de tener gran fortaleza física. Lo que no reconocen, ni él ni los que lo rodean, es que su salud legal es frágil y podría ser en últimas lo que termine por estropear su anhelado retorno