El 7 de agosto estaba en mi casa ―perdida en estas montañas que amo― cuando empezó la ceremonia de posesión de Iván Duque, nuestro nuevo presidente.
Como muchos colombianos, encendí el televisor para escuchar sus palabras con esperanza. Pero en la pantalla solo se veían el cielo gris de Bogotá lleno de nubarrones y la lluvia, los paraguas, las corbatas y los vestidos negros de los invitados, como si la gente estuviera en un funeral.
Después la tierra tembló. Enseguida escuché tronar los micrófonos. Era la voz desaforada de alguien desconocido para mí. El locutor dijo que era Ernesto Macías, el nuevo presidente del Senado. Su oratoria se me pareció a la del exministro Fernando Londoño Hoyos. Solo le presté atención cinco minutos porque en ellos...