Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
La decisión del presidente venezolano Nicolás Maduro de regresar a sus dueños originales las tierras y los inmuebles expropiados por Hugo Chávez (en el que fuera uno de los procesos más simbólicos y drásticos del socialismo del siglo XXI) representa un reconocimiento del fracaso rotundo del Estado en el manejo de los bienes usurpados y, al mismo tiempo, un movimiento estratégico en la transformación del gobierno bolivariano. En el último año el oficialismo vecino apuró cambios en lo económico y en lo político que pretenden arrebatarle la iniciativa a la oposición, enzarzada en disputas internas, y calmar las aguas sociales tras un lustro en el que los ocupantes de Miraflores parecieron siempre al borde del colapso.
Ahora el chavismo toma aire. Se envalentona. La dolarización informal del país y el aumento de los precios del petróleo, sumados a la disminución de la presión política que ejercían en su contra Estados Unidos y Europa, han dado un respiro al oficialismo, que se precia de haber recuperado el timón y ahora ofrece nuevos canales de diálogo a los opositores moderados.
En la calle, los venezolanos sienten que, como mínimo, ha frenado la espiral descendente de la economía diaria y si bien están aún muy lejos de ser un país estable, hay un renacer del poder adquisitivo. La inflación, que convirtió en inútil al bolívar, muestra alguna mejora en sus registros gracias en parte a la circulación del dólar y a la disminución de controles por parte del Estado, y el círculo cercano de asesores del mandatario acelera propuestas para una apertura cada vez más distante del chavismo ortodoxo.
El empresariado, enfrentado históricamente al Partido Socialista de Venezuela, ve con buenos ojos las modificaciones legales sobre la propiedad y acepta los llamados al diálogo, algo a lo que se había negado frecuentemente en las décadas anteriores. Incluso Fedecámaras, tradicional conglomerado opositor, reconoce acercamientos con Miraflores y apura conversaciones para lograr nuevos cambios.
En este punto se hace evidente que las modificaciones gubernamentales de Nicolás Maduro tienen también —además de reacomodar el timonel ante los rotundos fracasos de dos décadas de políticas chavistas— la intención de dinamitar la frágil unidad de sus antagonistas. La pregunta que ronda el ambiente político venezolano es qué tan lejos está dispuesto a ir el presidente en sus cambios y qué tan duraderos serán. ¿Es acaso rama de olivo momentánea que cimentará una nueva era para el chavismo? ¿Es, por el contrario, el último respiro de un círculo bolivariano que se dispone a acercar posturas con los moderados para una transición del poder que le sea beneficiosa? ¿Es apenas un espejismo de apertura circunstancial antes de una nueva concentración de poder? Las semanas que vienen, con nuevas mesas de diálogo políticas y económicas, pueden dar pistas del futuro. Maduro, por ahora, posa como el gran unificador y estira la mano a aquellos que quieran apretársela. Pero lo conocemos y es más sabio desconfiar