Han pasado ya cinco meses desde que iniciamos el encierro que, llámese autocuidado, cuarentena obligatoria o aislamiento selectivo, nos ha obligado a reinventarnos y a dejar atrás hábitos que hacían parte de nuestro día a día y de los cuales, ni siquiera imaginamos un día que tendríamos que renunciar en un plazo tan corto. Algunos de esos hábitos (o rituales, entendiendo por ritual algo que “está impuesto por la costumbre”, según la Real Academia de la Lengua), eran, por ejemplo, ir en el auto o en el transporte público y aprovechar esos “tiempos muertos” escuchando una buena música o un podcast entretenido. Hemos tenido que dejar hábitos como tomarnos un café con los compañeros de trabajo a media tarde para poder así dar impulso a lo que quedaba del resto de la jornada. Ya no podemos irnos una tarde entera de compras para visitar varios almacenes y probarnos aquella ropa que nos queda mejor. Hemos dejado de recibir visitas en nuestras casas o de ir a visitar a amigos o familiares. Hace parte del pasado, por ejemplo, ir a restaurantes para pasar un rato con amigos y compañeros, hemos tenido que renunciar a ver una buena película en el cine, o a ir al gimnasio para ejercitar nuestro cuerpo y por lo tanto nuestra mente y dispersarnos un poco. A veces nos preguntamos ¿cómo pudimos cambiar tanto en tan poco tiempo? ¿Qué tanto estos cambios están afectando nuestra psique y nuestro espíritu? Nuestro cuerpo y nuestra mente tuvieron que someterse a una adaptación forzosa en cuestión de días. En principio teníamos la ilusión de que serían pocos, pero el pasar del tiempo y el crecimiento de la curva de contagios han prolongado este encierro y estas medidas de excesivo cuidado con que tenemos que vivir.
Y con la pandemia y la cuarentena han venido también nuevos rituales que quizás vayamos a extrañar cuando regresemos a la normalidad: ¿quién iba a pensar que en pleno frenesí del siglo XXI un padre podría sentarse a almorzar con su familia en pleno día laboral? ¿o que pudiera sacar un rato para sentarse con su hijo a ver la clase de su colegio o hacer las tareas? ¿O que, a falta de una empleada del servicio, la familia tuviera que distribuirse las tareas del hogar? Tenemos hoy también nuevos rituales como el buscar eliminar fronteras y poder hacer celebraciones (como los famosos zoom–pleaños) con amigos y familiares que se encuentren en cualquier parte del mundo. Antes de 2020 podían hacerse, pero no hacían parte de nuestro día a día porque primaban muchas veces en nosotros las actividades presenciales. A pocas personas se les ocurría, por ejemplo, asistir a un funeral de manera virtual. Y vemos cómo hoy ese abrazo de condolencia y esas multitudinarias despedidas a un ser querido se han visto transformadas por mensajes por chat de aquellos amigos que no pudieron ir a darle un último adiós a aquel que se ha ido.
¡Cómo nos ha cambiado la vida! Quizás esta pausa nos permita reflexionar en aquellos rituales que pensábamos que eran muy obvios en nuestra vida y también en retomar aquellos que pensábamos que ya los habíamos perdido para siempre por habernos dejado absorber por el frenesí del trabajo y de la cotidianidad.