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El cambio que ha tenido lugar en la política exterior de Estados Unidos ha obligado a los gobiernos del resto del mundo a diseñar políticas alternativas, a revisar alianzas y a escoger la forma adecuada de responder. En algo más de tres meses, la nueva administración en Washington ha cuestionado el orden internacional vigente durante ochenta años, el cual fue diseñado en gran parte por el gobierno de Estados Unidos.
El comercio internacional se ha visto trastornado por el retroceso hacia el proteccionismo primitivo de America First, el rechazo a la globalización y la imposición unilateral de barreras arancelarias. Este choque ha sido recibido en el exterior con desconcierto e inconformidad. Dada la importancia que tiene el acceso al mercado estadounidense para la mayoría de los países del mundo, los gobiernos se han visto abocados a escoger entre la resignación y la confrontación, o a una combinación de esas opciones, dependiendo de sus circunstancias particulares y sus trayectorias históricas. Pero, en mayor o menor grado, todos han sido afectados.
Mientras concluye la demolición del orden internacional que se ha puesto en marcha, tener presente algunas ideas centrales puede ayudar a disipar la confusión generalizada, o al menos puede contribuir a minimizarla.
Partiendo de la premisa que el enfrentamiento fundamental en el mundo contemporáneo es el que separa a las democracias occidentales de las autocracias, los siguientes conceptos pueden resultar de utilidad:
No conviene creer que Occidente y Estados Unidos son la misma cosa.
No conviene confundir a Estados Unidos con su gobernante ocasional.
Existen alternativas a adherir a las políticas de Trump más inteligentes que ingresar a la órbita geopolítica de la China.
Algunas de las reacciones equivocadas a las medidas del presidente Trump son el resultado de ignorar los conceptos mencionados.
Es desafortunado que Estados Unidos haya decidido renunciar al liderazgo de las democracias occidentales y a las responsabilidades económicas y de seguridad que ese liderazgo conlleva. Pero ejercer el liderazgo de Occidente no es lo mismo que ser Occidente. Es evidente que, sin Estados Unidos, Occidente se debilita; pero no deja de existir. Occidente, concebido como un conjunto de valores, más bien que como una expresión geográfica, sigue vigente en la Unión Europea, en Canadá, en el Reino Unido, en Australia y Nueva Zelanda y en países como Japón y Corea del Sur, que comparten esos valores. En materia económica, siguen apoyando la globalización, el multilateralismo y el libre comercio. En materia política promueven la democracia liberal, el pluralismo, el imperio de la ley y la protección de los derechos humanos. Son, por esos motivos, incompatibles con los regímenes de Xi Jinping en China y de Vladimir Putin en Rusia.
Estados Unidos es una nación diversa. Por lo tanto, es posible para los países extranjeros interactuar con la sociedad civil de Estados Unidos sin el visto bueno de la Casa Blanca.
