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Son los que profanan lugares sagrados como bosques nativos, quebradas, montañas y lagunas y no se les ocurre sembrar ni un árbol, salvo, tal vez, una hilera de eugenios y eso para cercar la finca, ignorando que los eugenios no son nativos y traen sus propias plaga.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Como cualquier persona yo también tengo mis incoherencias. No como carne por respeto a los animales pero tengo un bolso y varias correas de cuero. Ahora que lo pienso bien, los muebles de mi sala son del mismo material. He comprado baratijas chinas aunque deploro el trabajo infantil y los abusos laborales. Intento minimizar cada día mis incoherencias con el fin de minimizarlas aun sabiendo que algo tienen de bueno. Lo dijo el filósofo polaco Leszek Kolakowski cuyo argumento es que una mente demasiado coherente es una mente intolerante, una mente incapaz de dialogar con aquellos que no piensan igual. Como todo en la vida, supongo, es cuestión de equilibrio.
Lo que sí es cierto es que hay incoherentes de incoherentes. Están los que, por ejemplo, van de paseo al único río limpio de la vereda y pasan un día increíble al final del cual se marchan dejando un montón de basura. Es decir, les gusta la limpieza siempre y cuando no la tengan que realizar ellos. Hay otros que se toman el trabajo de agacharse y meter los excrementos del perro entre una bolsa, pero luego, en vez de buscar una basurera, la dejan engarzada en la rama de algún árbol. También están los aserradores que, durante cinco meses, cortaron todos los árboles de un bosque nativo frente a mi finca. Lo curioso es que les encantaba sentarse a almorzar, descansar y refrescarse bajo la sombra del árbol más frondoso. Fue el último que cortaron.
Los peores son aquellos cuyas incoherencias les representan dinero. Son los que arrasan una montaña entera para dividirla en lotes que luego comercializan con nombres que pretenden reemplazar todo lo arrasado. Nombres como el monte, el bosque sagrado, la montaña, el refugio natural, la arboleda y todas sus posibles variaciones. Son los que desvían y contaminan quebradas para construir urbanizaciones que luego llamarán aguas del monte, agua viva, entre arroyos, aguas claras, aguas limpias y así, cualquier combinación dentro de ese mismo campo semántico. Son los que talan un monte entero y construyen muchas casas de vidrio y acero rodeadas de manga que, por supuesto, tienen que guadañar cada semana haciendo una bulla horrible y, como consecuencia de ello, ya el monte no es monte ni mucho menos sereno. Son los que profanan lugares sagrados como bosques nativos, quebradas, montañas y lagunas y no se les ocurre sembrar ni un árbol, salvo, tal vez, una hilera de eugenios y eso para cercar la finca, ignorando que los eugenios no son nativos y traen sus propias plagas.
Las palabras son poderosas, queridos constructores, sin embargo, no compensan lo arrasado. Llamar a una urbanización El bosque no los exime de haberlo tumbado. Ejerzan su derecho a ser incoherentes y a ganar dinero pero no en detrimento de los recursos naturales. «Si digo agua ¿beberé? si digo pan ¿comeré?», se preguntó Alejandra Pizarnik en En esta noche, en este mundo. Yo, al igual que ella, creo que las palabras hacen la ausencia y que el día en que no quede ni un árbol no podremos crear sombra ni aunque escribamos mil veces esa palabra..