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Sacudir el árbol

Vive como si fueras a morir dentro de diez segundos. Ve al mundo. Es más fantástico que cualquier sueño real o imaginario. No pidas garantías, no pidas seguridad.

hace 4 horas
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  • Sacudir el árbol

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Estoy leyendo una novela en la cual una madre muere dejando a la deriva a tres niñas pequeñas. Con el fin de disciplinarlas, el padre las obliga a jugar squash todos los días. Él cree que el deporte va a salvarlas, pero es la hermandad entre ellas lo único que podrá hacerlo. La novela se llama Western Line y fue escrita por Chetna Maroo, una escritora indobritánica. De repente, rodeado de un mundo netamente infantil y femenino, el padre comienza a sentirse cada vez más solo, abatido y sin ilusiones. En una ocasión, la hija menor oyó cuando le dijo a alguien: «Creo que las niñas quieren comerme». Días después se encaprichan con ir a una feria de diversiones a la cual él no quiere llevarlas y entonces la mayor le reclama: «Necesitamos algo que nos ilusione». Así es como una niña puede darle lecciones a un hombre que cree sabérselas todas. Él es demasiado viejo para saber que no se puede vivir de ilusiones y ella demasiado joven para no saberlo, sin embargo, algo en su interior le sugiere que las ilusiones son el motor de la existencia. Tal vez no se viva de ellas, pero sin duda nos ayudan a pararnos de la cama todos los días. Estoy convencida de que la gente no envejece por sumar años sino por restar ilusiones. He conocido viejos de veinte y jóvenes de setenta, todo depende de cuántas razones tengan para enfrentar sus días.

Bien lo dijo Ray Bradbury en Fahrenheit 451: «Llena tus ojos de ilusión. Vive como si fueras a morir dentro de diez segundos. Ve al mundo. Es más fantástico que cualquier sueño real o imaginario. No pidas garantías, no pidas seguridad. Nunca ha existido algo así. Y, si existiera, estaría emparentado con el gran perezoso que cuelga boca abajo de un árbol, y todos y cada uno de los días, emplea la vida en dormir. Al diablo con esto, sacude el árbol y haz que el gran perezoso caiga sobre su trasero».

Hace unos años me sentía sin ganas y sin energía para pararme de la cama y entonces alguien me dio el mejor consejo de mi vida: «Tome el sol, váyase de fiesta, duerma hasta tarde, nade, coma más, sumérjase en la naturaleza». Lo que esa persona me proponía, en pocas palabras, era tomar vacaciones, que es lo mismo que ilusionarse. Bueno, y también hacerme revisar la tiroides que resultó que andaba descuadrada. Al final fui al Pacífico a ver ballenas y eso, mezclado con levoritoxina, me ayudó a salir del bache. Desde esa vez jamás me duermo por la noche sin planear alguna actividad que me motive a vivir al día siguiente. No tienen que ser cosas grandes ni costosas, se vale desde preparar una receta nueva, ver a un amigo, trabajar en la huerta o visitar a la mamá y al gato, hasta quedarme en la hamaca leyendo todo el día sin sentirme mal por ello. Porque resultó que es verdad: hay que tener planes, hay que sacudir el árbol, hay que comerse al padre si acaso es un obstáculo, hay que irse de feria, hay que tener ilusiones y, sobre todo, hay que ejecutarlas.

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