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Tengo un problema con el trago

Creo que en cuestiones de excesos cada quien tiene que tocar su propio fondo, el problema con el trago es que el consumo está normalizado y el bebedor llega a confundir el fondo con la coraza.

24 de febrero de 2024
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  • Tengo un problema con el trago
  • Tengo un problema con el trago

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Siento decepcionar a los que esperaban la confesión de una bebedora. Mi problema con el trago es que no me gusta. Nunca me ha gustado y, quién lo pensara, pero eso es un problema en un mundo que gira en torno al alcohol. Lo expresó mejor el único borracho al que le he permitido entrar de lleno en mi vida, por supuesto, estoy hablando de Bukowski: “Si algo malo pasa, bebes para intentar olvidar; si algo bueno pasa, bebes para celebrar; y si nada pasa, bebes para hacer que algo pase”.

Lo curioso es que juzguemos con más severidad al abstemio que al borracho. Yo, por ejemplo, gasté gran parte de mi adolescencia sofisticando estrategias para que los demás no notaran que pasaba la noche entera con una misma copa que jamás disminuía. Aprendí a derramarla de a poquitos para que nadie se diera cuenta, aprendí a mezclarla con agua antes de que me la requintaran y también a abusar del hielo, hábito que todavía conservo. Aprendí a disimular la cara de hastío cuando los demás se emborrachaban y a reírme sin ganas para que no me tildaran de rara y aburrida. Luego aprendí a alejarme. Y lo hice, incluso, de personas que quise demasiado. Creo que en cuestiones de excesos cada quien tiene que tocar su propio fondo, el problema con el trago es que el consumo está normalizado y el bebedor llega a confundir el fondo con la coraza. Algo así ocurre en La mujer rota de Simone de Beauvoir cuando Monique intenta olvidar la infidelidad de su marido: “La habitación apesta a alcohol: estoy sucia, las sábanas están sucias, el cielo está sucio, están los vidrios sucios, esta suciedad es un caparazón que me protege, no quiero salir de ella nunca más”.

Siempre he tenido la sensación de que se comprende mejor al que bebe para olvidar sus problemas (pobrecito, debe estar pasándola mal), pero ¿qué hay de las personas para las cuales el bebedor termina siendo su problema? Toda una paradoja que relató Nora Ephron en No me acuerdo de nada: “Los padres alcohólicos son muy desconcertantes. Son tus padres y por eso los quieres; pero son unos borrachos y por eso los odias. Pero los quieres. Pero los odias”.

Dicen que lo bueno de la adolescencia es que se acaba y lo bueno de la mediana es que, en teoría, uno puede hacer lo que le venga en gana. Confirmo que la teoría se queda en eso. Por increíble que parezca, a estas alturas de mi vida, yo sigo teniendo que inventar excusas para no beber: vine en el carro, estoy tomando antibiótico, tengo que madrugar, me duele la cabeza. No siempre funciona, de hecho, no creerían la cantidad de veces que no me queda otra opción que recibir una copa y simular que la disfruto antes de pasársela discretamente a un amigo. Aun así, creo que es indispensable embriagarse. Ya lo decía Boudelaire: “Hay que estar siempre borracho. De eso se trata todo. Para no sentir la horrible carga del tiempo que vence tus espaldas y te inclina hacia la tierra, hay que emborracharse sin tregua. ¿De qué? De vino, de poesía, de virtud, de lo que sea”. Adelante, elijan lo que quieran, pero no asuman que todos queremos beber de su misma copa.

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