Por Mario J. Mejía
Las cosas que extrañamos son sencillas, como todo lo grato de la vida. Tomarnos un café con uno o varios amigos en un sitio tranquilo, en el parque. Hablar de temas de gusto común: música, literatura, fútbol...
Recordar las tertulias que hacíamos hasta altas horas de la noche, cuando no había peligros de que nos atracaran. Disfrutábamos más sin los celulares, que nos roban la intimidad, nos distraen y desconciertan.
Extrañamos también el ruido moderado del bullicio por las calles.
Es agradable sentir pasar el tiempo, sin prisa, disfrutando del ocio necesario.
Con el tiempo el grupo de amigos se va disminuyendo lógicamente, y los miramos como hermanos, como nuestra familia.
Por otro lado disfrutamos el paso de los días leyendo buenos libros y escuchando música.
Recuerdo las palabras del famoso general MacArthur a su hijo: “No importa la edad que tengas, serás tan joven como tu entusiasmo y alegría, tan viejo como tu pesimismo”. No son los años los que pesan; es la actitud ante la vida.
Ser adulto mayor es un privilegio que Dios y la vida nos permiten. No somos carga, no nos dejemos devaluar.