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Debemos pensar en una educación que cultive el diálogo con el otro, con el que piensa distinto, con el que no coincidimos. Más conversaciones entre diferentes podrían ayudarnos a potenciar una educación más liberal y más universal.
Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com
Acudimos diariamente a un espectáculo decadente: mensajes provocadores, señalamientos, acusaciones sin ningún argumento, insultos y violencia.
Santiago Beruete decía en su último libro Aprendívoros, que “uno de los efectos más corrosivos de la crisis de la educación es la pérdida de fe en la democracia y el auge del populismo”, decía que en este momento, todos podíamos presenciar una suerte de “analfabetismo político” y no es necesario investigar demasiado para comprobarlo en las palabras y los mensajes de quienes nos gobiernan.
Me ha sorprendido que en las últimas semanas se haya acentuado sin ninguna sutileza esa intención de generar odio que ya no ocultan algunos personajes públicos. Mientras que el presidente se concentra en sus redes sociales para acusar a periodistas y medios de comunicación, el alcalde de la ciudad le da pantalla y le presta carros públicos a Daniel Mendoza (si no saben quién es, no busquen el nombre porque no vale la pena), un personaje libreteado que trajeron a la ciudad con macabras intenciones y que a decir verdad sólo genera lástima o vergüenza.
No sé si la idea del bien sea frágil o si estamos ya muy infectados por el odio que han intentado propagar algunos desde su codicia, me niego a creer que esta decadencia de los líderes políticos nos lleve indefinidamente a una serie de gobiernos que antes de concentrarse en el poder y en gobernar, se sientan a planear cómo van a provocar más odio entre la gente.
En La monarquía del miedo, Marta Nussbaum decía que “No podemos excusarnos de responsabilidades diciendo de nuestro propio odio o de nuestro miedo excesivo cosas como, “lo siento, pero es que las personas somos así”. No, no hay nada inevitable ni “natural” en el odio racial, en el miedo a los inmigrantes, esto lo hemos hecho nosotros, todos nosotros, y nosotros podemos (y debemos) deshacerlo”.
¿Cómo vamos a deshacer esas emociones con estos discursos?
“Las emociones lo invaden todo y se convierten así, en sí mismas, en un problema que cierra el paso al trabajo constructivo”, concluía Nussbaum.
Ya eso nos da una señal, una muy clara sobre cómo identificar a un mejor gobernante. Aquel que todo el tiempo quiera provocar odio se hace ver muy fácil, carece de argumentos y de ideas y está concentrado, por lo general en ese otro que odia.
No sé por qué nos da temor confrontar de otra manera, por qué hablamos tan poco del amor, por ejemplo, y por qué ignoramos que esa emoción que encasillamos en lo romántico, es el origen de la inspiración y la raíz de cualquier construcción creativa que nos ayude a salir de este bucle de enfrentamientos.
Debemos pensar en una educación que cultive el diálogo con el otro, con el que piensa distinto, con el que no coincidimos. Más conversaciones entre diferentes podrían ayudarnos a potenciar una educación más liberal y más universal.
Lo único claro hoy, es que quienes nos gobiernan no son ejemplo de eso. Y aunque sea lamentable, al menos ya es una pista de lo que no deberíamos perpetuar.