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José Guillermo Ángel
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José Guillermo Ángel

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Sobre cosas que dan risa-triste

Por José Guillermo Ángel

memoanjel5@gmail.com

Estación Ridículo, bastante amplia para poder albergar a todos los que llegan a ella con afanes de ser famosos o influencers (o actores primerizos de Tik-Tok), llenando el celular de fotos, chismes de sus intimidades (como si fueran los únicos que las tuvieran), las marcas que no les gustan y la dieta que no les funcionó. Pero también llegan los expertos en psicología del encierro, los orantes con línea directa a D’s, los que analizan vacunas y se inclinan por las inglesas y norteamericanas, pues las chinas y rusas tienen, dicen, pasados políticos turbios o al menos una tendencia ideológica que podría venir con el contenido. Y entre esta multitud de pelos teñidos, trajes mal hechos, palabras vulgares, cámaras para grabarse y la consabida corte, no faltan las informaciones que les hacen bombo, pues en tiempo de pandemias los circos van a la par que los contagiados. Basta leer a Álvaro Cunqueiro o a Camilo José Cela.

En este año de encierro, paranoia y presiones económicas para mover dinero como sea (nunca tanto posible enfermo se mantuvo en la calle), se habla de cuidarse, mantener los protocolos sanitarios, revisar tapabocas y no toser frente a los otros, a la par se estimula el turismo, las compras con rebajas, los toques de queda (con gente desobedeciendo por todas partes) y los ejercicios para ancianos mañaneros que, en los parques y el espacio público, siguen el compás de una música a todo volumen, aclarando que rezan antes de comenzar a saltar. Y así, la ciudad se manifiesta, fluye en todas direcciones, habla de cerca o a los gritos, se encapota con nubes de aguacero y mantiene los niveles de ruido y contaminación. En un año de peste, las cosas que dan risa han florecido, igual que las tristes. Y la mezcla produce lo que se llama la tragicomedia, en este caso, tropical, lo que incluye bailes y toda clase de talismanes.

Entonces, en esta risa-tristeza (que amplía nuestro realismo mágico), abundante en virtualidades que duplican el trabajo y el estrés, las caras largas abundan y el desorden aumenta, los esculcadores de basura están en lo suyo (regando con sevicia, no importa si es de día o es de noche) y los ciudadanos, que cambian seguridad por libertad, riegan matas, miran que no haya humedades y se acercan al celular con cuidado. Todo es tan confuso, tan circense, que no vale rascarse la cabeza. Todo es de reír y mirar con tristeza. Pero sin llorar, porque esto ya exige pastillas para dormir.

Acotación: Como en las viejas pestes, el carnaval abunda. El gobierno es un teatrino, los profetas se han vuelto mimos y El sueño de las escalinatas, de Jorge Zalamea, ha despertado, pero sigue ahí, como en el cuento del dinosaurio (esta vez inflable y colorido) de Monterroso, delante de la procesión que, triste, ríe

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