Estación Pocillo, a la que se le anexa una cuchara delicada, una mesa con un buen mantel, un par de sillas o más (cómodas), un poco de música ambiente, un buen libro quizá (propongo uno de Natalia Ginzburg), alguna lámpara que insinúe una atmósfera de la belle epoque (si el ambiente es romántico, lo que incluye seducciones y complots imaginarios) o simplemente una pared en un buen color y con un cuadro y un ventanal que me diga que estoy en algún siglo. Y una buena disposición (nada de buscar en quien desahogarse) y gente que se siente a conversar con buenas palabras o al menos bien usadas y a convertir las verdades políticas y económicas en motivo de una sonrisa o, como de da el caso, de chiste, porque al café se viene a suavizar violencias...