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Ernesto Ochoa Moreno
Columnista

Ernesto Ochoa Moreno

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Sobre el maniqueísmo

Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com

Tal vez, como preparación para las elecciones, pueda servir una reflexión sobre el maniqueísmo. Porque las campañas electorales acaban convertidas las más de la veces en una pelea entre maniqueos.

La bella invitación democrática a elegir, a escoger, a votar, suele convertirse en una hiriente confrontación entre propuestas que se vapulean mutuamente. Los que buscan el triunfo, que son todos, se autoproclaman los buenos, los poseedores de la verdad, y mandan al infierno a quienes piensan distinto. Y estos, desde la otra frontera, atacan con las mismas armas, convencidos de que ellos son los buenos, los mejores, y, por supuesto, condenan también a las tinieblas exteriores a sus oponentes.

Así una campaña electoral acaba siendo una batalla de puro maniqueísmo. Mejor, de maniqueísmo impuro. Porque siempre el maniqueísmo es impuro y nunca lleva al bien, a la concordia, a la paz. Aunque sea esgrimido para buscar la paz, para llamar a la concordia.

Reconozcámoslo. Somos maniqueos. Obsesionados por una dicotomía: el bien o el mal. Aquí los buenos y allá los malos. Y esa malsana tendencia, tan difícil de extirpar, a rotular, a excomulgar, a anatematizar.

Maniqueos en todo. En moral, en arte, en literatura, en política, en religión, en la vida social. No es ya la crítica, sino la mirada inquisitorial. Uno (alguien, el otro) no es, sino que tiene que ser esto o aquello. Si no se le puede clasificar, como a un animal en un zoológico, como a una cosa de museo, no sirve. A la sociedad no le importa qué o quién es uno, sino de qué lado está, de acuerdo con unos criterios intocables, con unas categorías en las que uno tiene que caber o no es nada ni nadie.

Triste misión la de ser archiveros de la vida, asesinos de la novedad, del estremecimiento creador, de la originalidad. Ser o no ser. No hay lugar para los matices. Lo marcan a uno en la frente, como a las reses en el anca. Bueno o malo. Santo o pecador. Bruto o inteligente. Católico o ateo. Liberal o conservador. De derecha o de izquierda. Comunista o capitalista. Triunfador o fracasado. Terrorista o amante de la paz... Cada uno con su fichaje. Si no le cuadra lo establecido, es un bicho raro.

Y allá, al frente del rebaño, los pontífices del maniqueísmo, con sus cencerros de trillados conceptos, arrastrando la grey. Usted por aquí, usted por allá. Cuidado con el lobo. No se acerque a los verdes pastos. No beber el agua de la fuente que corre por el lado. No mirar en torno. Todos en fila. Este camino lleva al cielo; ese otro, al infierno. Hay que sacarle el cuerpo a las encrucijadas. A los riesgos. Tan bueno que es todo ordenadito, sin sobresaltos ni rebeldías. ¡Cómo suena de triste el balido de la uniformidad!

Entonces, acurrucados ya en la propia conciencia para cumplir la cita inminente de una jornada electoral, tenemos que tener el valor de pensar de forma autónoma y libre. No dejarnos arrastrar de la ternilla, como a los terneros 

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