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José Guillermo Ángel
Columnista

José Guillermo Ángel

Publicado

Sobre la abundancia de malestar

Estación Especulación, a la que llegan gentes tóxicas de todos los tipos y venenos en la boca, inquisidores pidiendo hogueras y clavando bulas, señaladores de fantasmas en todas las direcciones, reclamantes de las faunas más variadas e intereses según la marcha, asustados que hacen pócimas de miedos y las riegan por las redes, analistas que se meten en vidas íntimas cuando sus argumentos se rompen, panfletarios que se desbordan en adjetivos apocalípticos, disfrazados de superhéroes (justicieros) volando en desorden, propagandistas que ya dan vueltas sobre lo mismo como las brujas en los aquelarres, promotores de imágenes del fin del mundo (cualquier cosa sirve, un aguacero, la quiebra de un banco, un mapa astral), tomadores de decisiones que se les vienen encima, cazadores de momentos para comenzar a generalizar, en fin: vivimos en medio del miedo que llega y la situación que no se analiza, del atranque que le ponemos a cualquier solución y de las emociones fuertes en las que la pulsión de muerte alimenta cada escenario.

Catón el viejo decía que la guerra se alimenta de la guerra (Belum se itsum alet) y, por eso, después de cada discurso pedía la destrucción de Cartago (Cartago delenda est). Y estas palabras, que vienen desde la República romana y sus guerras púnicas (con los fenicios y por el dominio del mar Mediterráneo), pareciera que hoy fueran la proclama para todo. Si se quiebra un banco, hay que destruir los demás; si aparece una guerra, debe volverse mundial y nuclear; si una peste aminora hay que encontrarle variantes peores; si hay una sospecha debe convertirse en prueba, etc. Definitivamente (quizá por el exceso de información o de deseos reprimidos), el nerviosismo abunda, las paranoias se multiplican y el mundo ya no es como es, sino en lo peor que se pregona: delirios siniestros.

Es claro que estamos viviendo crisis (cuando un recipiente con agua se desborda, entra en crisis), que el sistema económico basado en la especulación financiera se agrieta, la biosfera está en problemas y la política es más una pelea que la creación de un orden social. Y en estas crisis, en las que deberíamos ser innovadores (analizar lo que hay funcionando y se puede mejorar o al menos no empeorar), hay que dejar las emociones de lado y pensar con cabeza fría. Para cómo estamos hoy, hay que dialogar para construir, llegar acuerdos de fondo y tomar de las ideologías lo mejor (lo que sirve para vivir) y no hundirse en diferencias. Pero la crisis mayor es que no la queremos solucionar sino ampliar con todo tipo de malestares, paranoias y enemigos a dedo.

Acotación: destruir es más fácil que construir. Para lo primero solo se necesita miedo, confusión y rabia. Para lo segundo, saber que la vida es la única oportunidad razonable para que estar vivos valga la pena. Pero parece que no

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