Estación Lectura, a la que llegan jóvenes de pelo largo y corto, viejos gordos y flacos, hombres y mujeres, unos con gafas y otros sin ellas; gatos que miran curiosos y perros enseñados al olor que desprenden los libros, que son los que duermen en los rincones de las bibliotecas o entre las piernas de los lectores. Y entre esta gente de condiciones distintas (los hay de los barrios altos y planos, de los que tienen naturaleza a su alrededor o carecen de ella), están los que escogen aventuras por mares, desiertos y selvas, o textos que les hablen de lo que pasa entre las tantas oscuridades, que son variadas e intensas. Y como la fila es larga (los lectores son una logia que crece), las estanterías donde escogen qué leer muestran versiones de dioses y filosofías, geografías humanas e historias de los que se han perdido para encontrarse, de matemáticos metidos en cielos que no han podido tocar y de condiciones absurdas por las que transitan toda clase de personajes. La fila se mueve en orden.
Se ha dicho que la gente no lee y es cierto. La gente (en especial la latinoamericana) es una masa amorfa que se gasta los días y las noches moviéndose entre paranoias e ilusiones, durmiendo como puede y comiendo lo que hay. Pero entre esta gente hay otra (quizá los desobedientes) a la que en ocasiones se la mira con curiosidad, pues se niega a la deformidad que produce tanta mentira: son los lectores, los que le hacen un pare a las situaciones y entonces entran en los libros, aprenden palabras nuevas, se asombran con las narraciones y van perdiendo miedo, pues conocen, saben y entienden, habitan más amplitudes y se salen de los intentos de ignorancia programada. Esta gente (los lectores) que habita entre la gente del común es sospechosa y peligrosa para los totalitarismos.
Leer es un acto de libertad. Es escoger dónde se quiere estar y en qué condiciones. Es aprender, entrar en las apariencias, analizar, sintetizar y situar para encontrar correspondencias, uniones y continuaciones (el ejercicio de leer es cartesiano). Y en este mundo de las palabras, donde unas contienen a otras, en las que se crean espacios y se imaginan otros, los hombres y mujeres se hacen liberándose de temores, se crecen y van obteniendo más vidas (esto lo dice Umberto Eco) que suman a la propia. No hay lector solitario, siempre está acompañado. Y esto pone a muchos en guardia.
Acotación: se inicia La fiesta del libro, la fiesta de los que se salen de la masa y la infodemia continuada, de los que entran en otras realidades y se liberan de repeticiones. Y así esta vez sea virtual, las palabras serán nuevas sin que importe lo viejas que sean, pues su escenario es el campo de una inteligencia más amplia.