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Cuentan los periodistas que fueron testigos de los amotinamientos del 6 de enero que después de escuchar las palabras incendiarias del presidente Donald Trump, poco antes de marchar hacia el Capitolio de Estados Unidos, muchos manifestantes se detuvieron para arrodillarse en la calle y rezar una oración invocando el nombre de Jesús.
Luego se levantaron y, con un megáfono, uno de los líderes gritó una consigna contra los periodistas pidiendo que se quitaran de su “maldito camino”. Entonces empezaron a marchar. Algunos llevaban pancartas de colores azul y rojo ―como los de la bandera de EE.UU.― que decían “Jesús te salva” o “Jesús 2020”. Otros llevaban cruces y símbolos cristianos cosidos a sus uniformes camuflados con leyendas que proclamaban la victoria de Trump en las elecciones.
Las cruces se confundían con las banderas esclavistas de la guerra civil, los símbolos nazis y del Ku Klux Klan, los emblemas de los Proud Boys y QAnon ―grupos supremacistas blancos―, y las camisetas y las gorras rojas con rótulos de “América primero” y “Hagamos a América grande otra vez”, ambos consignas de la campaña de Trump.
“La mezcla de referencias culturales y las personas que las portaban, dejaron en evidencia un fenómeno que se ha estado gestando por años: que las sectas más extremistas que apoyan al presidente Donald Trump se han vuelto inseparables de algunos sectores del poder evangélico blanco en Estados Unidos”, dicen los corresponsales de The New York Times que acompañaron la marcha. “En lugar de tener seguidores completamente separados, estos grupos se han mezclado entre sí cada vez más”.
Varios periodistas de la cadena CNN que cubrieron los motines hablaron con un historiador de la Liga Antidifamación ―experto en grupos extremistas―, para identificar los símbolos y comprender los mensajes de odio, supremacismo blanco, anarquía, racismo y antisemitismo que exhibieron estos grupos durante la toma del Capitolio.
La lista es impresionante: una horca de madera y una soga usadas en los estados del Sur como un símbolo de intimidación racial contra los negros; emblemas de “Los tres por ciento”, un movimiento de milicias extremistas que odian y persiguen a las organizaciones antifascistas, los musulmanes y los inmigrantes; “Liberar al Kraken”, una bandera con una figura de un monstruo marino del folclor escandinavo que se ha convertido en un meme entre los partidarios de Trump que creen que en las elecciones hubo fraude; la bandera de Kekistan, de colores verde, blanco y negro, con un símbolo tomado de una de las tantas banderas nazis; la bandera de Gadsden, un blasón patriótico histórico de la época de la revolución de independencia americana.
A la lista hay que agregar chaquetas y camisetas con rótulos y símbolos de organizaciones neonazis como “Campamento Auschwitz”, el Club Nacional Socialista ―sus miembros se consideran soldados en guerra contra una élite hostil controlada por judíos que traman la extinción de la raza blanca―, y “6 millones no fueron suficientes”, un grupo que sostiene que Hitler se quedó corto en su tarea de exterminio masivo de judíos. También, gorras de The Oath Keepers, una milicia de ultraderecha, seguidora de Trump, que se considera “encargada de proteger el país y defender la constitución” y recluta sus miembros entre militares y policías.
Dos símbolos más fueron el gesto supremacista blanco de los Proud Boys: una señal de “OK” dibujada en el aire con los dedos índice y pulgar formando una O. La repetían en forma provocadora a lo largo de la marcha... y sus camisetas con rótulos que decían: “Hagamos a América grande otra vez” junto a las palabras “Guerra civil. 6 de enero”.
Los movía “una potente mezcla de rencor y fervor religioso”, dice el Times. Parecían soldados de una especie de guerra santa en la que Trump era su Mesías
