No es justo que madrugue a leer la prensa con alguna ilusión, y así, como quien no quiere la cosa, de repente, en un movimiento de pantalla, me encuentre de frente con el horóscopo que nunca leo: “Tauro, a pesar de tu ingenio para concebir soluciones y su voluntad para ponerlas en práctica, usted se enfrenta a problemas insalvables. Como una muralla en la mitad de todo, no puede ir más allá. Al tiempo, en la quietud, en el mismo lugar, ha evitado múltiples ocupaciones y carreras sin sentido. La muralla seguirá ahí...Velas rojas, muchas velas rojas”.
Agradezco que al menos sea corto, el más corto de todos los signos, porque para alivianar la incertidumbre, me da por mirar los demás, y no sé cuál de todos está más jodido, al pobre Piscis le preocupan las consecuencias de este paréntesis en su salud mental y la imposibilidad de retomar los sueños. A Aries, que también pudiera ser mi signo, si los astrólogos tuvieran en cuenta la vieja constelación de Ofiuco, no le va mejor, le recomiendan velas de todos los colores, muchísimas velas, y en eso es enfático quien escribió este devenir de los dioses.
A veces cuando escribo, me da por consultar un librito muy bello que compré hace muchos años en el pasaje La Bastilla, “Diccionario ilustrado de anécdotas”, de Vicente Vega, siempre encuentro alguna cosa curiosa y me hace pensar en el juicio de esos autores capaces de escribir libros de más de mil páginas. Lo abro esta vez para ver si de casualidad encuentro alguna anécdota sobre el horóscopo, sobre esta predicción astrológica tan misteriosa que nos secunda sin querer y según lo conveniente. No encuentro nada, la palabra “horóscopo” es inexistente en este diccionario y, por ende, ningún personaje histórico habrá vivido una desgracia similar a la mía. Para mi sorpresa, la palabra más cercana es “honradez”, nada que ver con una cábala, pero sí mucho con eso que pudiera salvarnos en tiempos inciertos. Leo una anécdota.
Resulta que en una reunión a la que asistía Rudyard Kipling, alguien le preguntó: Si, debido a una catástrofe imprevista, la especie humana llegase a desaparecer de la Tierra, ¿cuál cree usted sería el rey de la creación? ¿El elefante? A lo que Kipling dijo: “No creo, es demasiado honrado. Quizá la zorra”. Me río con cierta tristeza, el premio Nobel de Literatura de 1907 entendió muy bien que, por desgracia, el mundo está condenado a la superchería. Velas rojas, muchas velas rojas, y, si quiere, matice con otros colores