A veces la vida da dos oportunidades. O incluso tres para que puedas saber qué es la gloria. El martes pasado, la pantalla televisiva mostraba esa piscina rodeada de graderías en el Estado Olímpico Acuático de Río de Janeiro. Después de una competencia reñida, el nadador en el que todos teníamos puestos los ojos tomó la delantera y tocó el muro para indicar la victoria. Ahí estaba de nuevo Michael Phelps, el llamado “Tiburón de Baltimore”, el hombre de 31 años que declararon perdido, el que fue tan criticado porque había decidido competir de nuevo en unas pruebas olímpicas, el niño al que muchos llamaban “raro” y del que se burlaron por tener “orejas grandes”. Al recibir la medalla de oro número 21, se esforzó para contener las lágrimas y no...