En una de mis primeras columnas de este año, planteé que la defensa de la democracia debía ser una de las prioridades del año electoral que termina. Los resultados de las elecciones de congreso y presidencia dejan preocupaciones transcurridos algunos meses desde el inicio de las actividades de ambas ramas del poder. El mencionado cambio, presentado como el gran ganador político, ha empezado a parecerse más a radicalismo que a gradualismo. Quisiera referirme en particular a una actitud radical y poco constructiva que se nota en el Congreso de la República “del cambio” y que resulta en pérdida de confianza en la democracia.
La semana pasada se llevó a cabo un debate de moción de censura contra la ministra de Energía. La citación planteaba preguntas serias respecto a la nueva política energética del gobierno, los anuncios sobre la no renovación de contratos de exploración, la administración y futuro de Ecopetrol, las intenciones de comprar gas de Venezuela, y la posición del gobierno nacional frente a Hidroituango, entre otros. El representante citante, Juan Espinal, planteó con rigor una serie de preguntas que fueron eludidas. Lo que empezó con interrogantes pertinentes, derivó en una puesta en escena donde lo fundamental pasó a un tercer plano, mientras que en el centro del salón elíptico una olla humeante ubicada debajo del atril principal, e intervenciones en tono mayor y profundidad menor, invadían el recinto de la democracia.
La respuesta de diferentes congresistas de la bancada de gobierno fue lamentable. Ante cuestionamientos de orden técnico, los legisladores defensores del gobierno respondieron con vehemencia que la moción de censura tenía motivaciones de género. Los argumentos que se esperaban de quienes defienden la “transición energética justa”, fueron opacados por innumerables fotos suyas luciendo tenis para las redes sociales, como símbolo de apoyo a la ministra y también por intervenciones destempladas como la de la representante Susana Boreal del Pacto Histórico, quien explicaba con gráfica en mano, cómo se había comportado el dólar el día que la ministra Vélez había lucido unos tenis deportivos en una reunión. La banalización de la política.
En su intervención la jefe de la cartera de energía hizo énfasis en su condición de mujer y de académica que ha trabajado con las comunidades desde hace décadas y en otros asuntos personales que nada tenían que ver con los planteamientos de la moción de censura. Asuntos centrales de la sesión como la preparación para asumir la cartera en cuestión y dirigir la política energética del país, se esfumaron en medio de la demagogia ideológica donde las palabras: comunidades, cambios y género, pululaban en el aire.
Resulta desleal en la argumentación cuando ante la complejidad de un asunto que concierne al desarrollo y futuro del país se distraiga con argumentos emotivos y falaces como el de una supuesta motivación por cuestiones de género. La democracia resulta debilitada cuando el escenario de discusión pública por excelencia pierde altura argumentativa y gana en escenas de emotividad que además de contribuir a la división, resulta en pérdida de credibilidad de las personas e instituciones en donde se toman las decisiones más relevantes de la sociedad. El cambio prometido en los discursos empieza a revelar un carácter radical, intolerante y esquivo ante la discusión temática. La campaña terminó, y el gobierno inició, pero el nivel argumentativo de sus representantes sigue siendo semejante al de los discursos de tarima y de sus épocas de oposición. La democracia seguirá perdiendo con actitudes como éstas.