“Luego pensé en todo el montón de ellos enterrándome en el condenado cementerio y poniendo una lápida con mi nombre y todo. Dejándome rodeado de muertos. Cuando uno muere sí que lo arreglan. Tengo la esperanza de que cuando muera alguien tenga suficiente sentido común para arrojarme al río o algo así. Cualquier cosa antes que ser enterrado en un maldito cementerio, y que la gente venga los domingos a ponerle a uno un cochino ramo de flores sobre el estómago. ¿A quién puede importarle las flores una vez que está muerto? A nadie.” De “El cazador oculto” de J.D. Salinger
Antes de que el cristianismo fuese la creencia dominante en Occidente, el lugar para quienes se habían negado definitivamente a seguir vivos, voluntariamente o no, era la “necrópolis”, que significa: “ciudad de los muertos”. Pero al imponerse la idea cristiana que la muerte no es el fin de todo sino una escala técnica entre el momento en que uno devuelve el envase en el más acá y resucita en el más allá, dicho tránsito era más parecido a una siesta, y por eso optamos por usar la palabra “cementerio” que significa: “lugar donde dormir o dormitorio”.
No soy quién para decir que indiscutiblemente estamos en otro tránsito conceptual, entre la creencia que tenemos otra “vida” después de esta, y la idea que el siguiente capítulo de nuestra existencia no existe y la película se termina cuando respirar ya ni siquiera es un acto involuntario y dejamos el aire completamente a disposición de los que siguen insistiendo que tienen una vida, así sea miserable.
¿Será que la incredulidad en otra etapa luego de la muerte es la explicación a una noticia que hace unos días escuché en la televisión española? Resulta que el cementerio de Bilbao está sufriendo de lo mismo que cualquier empresa tiene que sobrellevar en algún momento, “falta de clientes”, a causa de cambios en los comportamientos del consumidor o por la idea popularizada por Schumpeter de la “destrucción creativa” en las economías de mercado, en las que los nuevos productos y modelos de negocio mandan al cementerio a los viejos.
Ya sea porque a la gente en Bilbao le está dando pereza morirse, porque se ha vuelto muy caro el ritual de volver a ser polvo, o porque todavía los defensores del cambio climático no han puesto en la mira a los hornos crematorios, el cementerio de Bilbao está, como cualquier establecimiento comercial luego de la temporada navideña, en feria de “rebajas”. El panteón que antes costaba 30.000 euros ahora puede adquirirse por 18.000 y te dan hasta 60 meses para cancelar. Pague ahora como pueda y muérase después como quiera.
Esperemos que no lleguen al extremo de promociones 2x1, de descuentos por llevar un referido, vivo o muerto, que por una suma adicional te “agranden” el ataúd, o que te garanticen que los gusanos que te comerán tienen pedigrí.