Por david e. santos gómez
En 2014, cuando el gobierno de Rusia apoyó el separatismo en Crimea, en una clara afrenta a Ucrania, buena parte del mundo contuvo la respiración por lo que podría ser un conflicto a escala mayor con protagonistas en Washington y Moscú. Barack Obama, en el Salón Oval en ese momento, fue dibujado como un líder internacionalmente limitado frente al poderío de Vladimir Putin. Siete años después el dominio del Kremlin no ha menguado y de nuevo el asunto ucraniano es motivo de tensiones.
El martes pasado Joe Biden le dio una videollamada a Putin. El tema principal era la situación ucraniana y la posibilidad de una invasión del ejército ruso al país vecino, que en su momento integró la Unión Soviética y ahora es una especie de tapón fronterizo con la Unión Europea. Putin lo negó. Aseguró que los titulares de una posible escalada del conflicto entre ambos países son alarmistas, aunque es inocultable (fotos satelitales lo demuestran) que tanto ucranianos como rusos están moviendo tropas en la zona. Los fusiles ya se están apuntando.
El lenguaje de la diplomacia, que es el de las verdades a medias, tiene que resolver el complejo nudo que significa Ucrania como amenaza para Rusia. Putin —que se ha impuesto militar y políticamente cuando lo ha tenido que hacer— no va a permitir que Kiev se una a la Otan y funcione como centro estratégico occidental en sus narices.
La inteligencia que le informa a la Casa Blanca dice que a finales de enero podría estallar la guerra. Que, aún cuando Moscú lo niegue, se está preparando para actuar ante cualquier movimiento ucraniano y se moverá rápido y de manera aplastante.
La idea genera pánico. El momento diplomático a alto nivel no es el mejor. Las dos grandes potencias pasan por una época de desconfianza y belicosidad discursiva. Si finalmente, y por desgracia, empiezan a sonar los tiros y hay una invasión a Ucrania, la gran pregunta es cuánto se jugará Biden y cómo responderán sus aliados del Atlántico Norte. Los mandatarios insisten con frecuencia en que hay líneas rojas que no se pueden cruzar. El punto es que cuando la guerra las destruya todas, la mirada estará atenta a las decisiones de los líderes sobre lanzar o no un conflicto. Uno que podría hacer tambalear la geopolítica como la conocemos