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Diego Aristizábal
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Un amigo es una carta

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Este año y en este mes que apenas empieza, se cumplen 30 años de la muerte de Juan Carlos Onetti, el autodidacta, el antiintelectual que ni siquiera terminó la secundaria pero que se ganó el Premio Cervantes en 1980 y fundó una ciudad tan fantástica como Macondo y como Yoknapatawpha: Santa María.

En 2009, cuando se conmemoró el centenario de su nacimiento, se publicó todo lo inédito, entre otras cosas, la correspondencia que Onetti sostuvo con Julio E. Payró, un importante historiador y crítico de arte moderno argentino a quien le dedicó su segunda novela “Tierra de nadie” (1941). A ambos los unió la literatura, el arte y el cine y eso se ve reflejado en estas 67 cartas, desconocidas e inéditas, que fueron escritas a lo largo de veinte años (1937-1957), y fueron recopiladas con el título “Cartas de un joven escritor”.

Y así entonces, sin percatarme de que este año ya son treinta las ausencias, me vi leyendo una vez más esta correspondencia de una de las amistades más perdurables que haya tenido Onetti, pero que poco se sabía. Una amistad que empezó cuando el joven escritor trabajaba en lo que fuera con tal de sacar un crédito de 72 libros en la Editorial Ercilla y para Thalen´s Windsor y poder escribir en las noches.

Por supuesto, en estas cartas queda clara la visión que Onetti tenía del oficio: Vivir y escribir para él eran lo mismo. Escribir por escribir. “Yo escribo, nada más”, decía, quien siempre despreció la escritura estilizada y discursiva, sin autenticidad interior. Es muy interesante cómo después de leer un artículo de Roger Caillois sobre la novela, donde afirma que la novela, y por lo tanto el novelista, está fuera del arte, Onetti se burla del pedante mundo intelectual y simplemente encomilla en su carta la siguiente frase: “Yo no soy un artista; soy un tipo que a veces escribe”. Y con esas sencillas palabras, agrega, uno queda solo y libre, en disposición de tomar vino con analfabetos en cualquier boliche.

Si hay una carta que conmueve es cuando le cuenta a su amigo la separación definitiva con su segunda esposa: “Ha decidido cambiar su escritor de cuentos por un homérico narrador de viva voz”. En otra carta, sin superar todavía la pérdida, le dice que María Julia era quien lo conectaba con el mundo; así las cosas, lo único que lo puede salvar es escribir y escribir.

Estas cartas son una delicia, una entrada perfecta a Onetti, el “amigo invariable” que manda abrazos y suelta un “te quiero mucho” en una carta para desmitificar esa imagen de hombre duro que construyó su universo en medio del curioso desorden de escribir siempre para ser sencillamente él mismo

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