La gestión del primer mandatario Iván Duque Márquez ha sido objeto de duros cuestionamientos, no solo porque se aduce su inexperiencia en el manejo de la cosa pública sino por el origen de su postulación política ligada a un muy debatido expresidente. Se le reconviene, además, por no rodearse de funcionarios idóneos y por la improvisación en muchos frentes; inclusive, pese a sus cuarenta y tres años, se dice que es terco y llevado de su parecer. Es más, sus opositores le enrostran posibles vínculos con personajes fuscos como en el caso de la llamada “Neñepolítica”, asunto que poco parece preocuparle al fiscal general.
De igual manera, cuando se piensa en la irrupción del coronavirus, se advera que las actuales directrices gubernamentales fracasaron en algunos ámbitos como el manejo de la recurrente crisis carcelaria que hoy muestra una descomposición sorprendente. El holocausto de la Cárcel La Modelo del día 21 de marzo –cuando se reprimió a los presos que protestaban por la falta de asistencia sanitaria, con un aterrador saldo de 23 muertos y decenas de heridos– es un lunar evidente; lo mismo sucede con la expedición del tardío Decreto 546 animado por filosofías autoritarias y el populismo punitivo, amén del impulso a una inconcebible reforma constitucional para introducir la cadena perpetua.
Incluso, ciertos sectores de opinión cuestionan sus decisiones económicas porque –se dice– solo se concibieron para beneficiar a los potentados mientras grandes sectores de la población padecen hambre y muchas necesidades, dado que los auxilios han sido escasos o los corruptos enquistados en el aparato estatal han dado cuenta de ellos. A esta terrible deuda social, se deben sumar los denunciados atropellos cotidianos contra los derechos humanos que, pese a muchas declaraciones de buenas intenciones, se llevan a cabo como lo demuestra el hecho del innegable y sistemático exterminio de los líderes sociales.
Sin embargo, quienes pretenden mirar con más objetividad, ecuanimidad y desprevención el asunto resaltan algunos logros en la gestión presidencial: por primera vez, en décadas, el gobernante ha manejado una relativa independencia frente al Congreso de la República siempre regido por canonjías gubernamentales y eso, créase o no, significa avances en la lucha contra la corrupción galopante. También, se resaltan sus muestras de humanismo, tolerancia y respeto, para con los millones de venezolanos refugiados quienes huyen de una dictadura nefasta y criminal.
De igual forma, sobre todo ciertos medios de comunicación y organismos internacionales, se destaca el buen comportamiento del mandatario a la hora de enfrentar la gravísima situación actual. En efecto, mientras los líderes de otras naciones no se han tomado muy en serio el trance y hasta se han mofado de la plaga egipcia que hoy asuela (Estados Unidos, Inglaterra, México, Brasil, etc., son ejemplos de ello), Duque Márquez sobresale por la prontitud al adoptar medidas (desde luego, algunas de ellas debatibles y cuestionables) llamadas a evitar que el país se hunda en el caos, la anarquía y la desesperanza.
Así las cosas, mientras un sector de los opositores lo cuestiona con acidez y otro muestra algunos de sus innegables logros, es de suyo evidente que el joven dignatario ha tenido la personalidad y el arrojo suficientes para conducir con valentía y gran compromiso a la nación en estos momentos de trances institucionales y enfrentar el gravísimo y no esperado aprieto global. Como es obvio, cuando desde la perspectiva histórica se mire este cuatrienio presidencial –y se recuerde que el primer magistrado recibió a un país muy maltrecho que buscaba la paz y con una economía en ruinas–, tal vez se podrá decir que él a grandes rasgos cumplió con su deber y, gracias a sus oportunas disposiciones, se salvaron muchas vidas humanas y fue una voz que no se dejó amilanar y jalonó el barco a la deriva.
Sin embargo, el inventario será agridulce porque al lado de innegables aciertos se observará también una gestión muy lastimera.