Hay que reconocer que Joseph Ratzinger lo vislumbró hace ya bastantes años, en una reflexión teológica que vale para cualquier ámbito: “Viendo todas nuestras limitaciones, ¿no será una arrogancia por nuestra parte decir que conocemos la verdad? Lógicamente, después me planteaba si no sería conveniente suprimir esa categoría. Y tratando de resolver esa cuestión llegué a comprender y a percibir con claridad que renunciar a la verdad no sólo no solucionaba nada, sino que además se corría el peligro de acabar en una dictadura de la voluntad”.
Este es el paisaje contemporáneo. La dictadura de la voluntad, del deseo o, si quieren, la victoria de la poesía sobre la filosofía. La verdad resulta cada vez menos relevante frente a la “otra” verdad.
No...