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Diego Aristizábal
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Diego Aristizábal

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Un tal Jaime Manrique

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Si hiciera una pregunta en esta columna: ¿cuáles son los escritores colombianos más importantes de los últimos 50 años?, estoy seguro de que coincidiríamos en varios; sin embargo, estoy igual de seguro que nadie mencionaría a un tal Jaime Manrique, un escritor barranquillero nacido en 1949 que escribió una de las novelas que, sin temor alguno, puedo decir: quien la lea quedará prendado a la historia y querrá buscar más libros de quien ha leído 18 veces “Cumbres borrascosas”.

Así estoy de seguro, “Nuestras vidas son los ríos” no decepciona, y hace poco, en un club de lectura que tengo, y me da el gusto de soñar que sí es posible que los libros hagan parte de la vida cotidiana, lo volví a comprobar. La historia de Manuela Sáenz, la llamada “libertadora de El Libertador” se deshace en la boca como un delicioso turrón, uno no quiere dejar de pasar las páginas, siempre hay un anzuelo que te va llevando por ciertos detalles de la historia de nuestro país que, ojalá, fueran contados así siempre en las escuelas para comprenderla mejor. “Nací rica y bastarda y morí pobre y bastarda. Esa es, en breve, la historia de mi vida”, ¿quién es capaz de parar?

La sencillez es la cualidad principal de esta novela histórica. La pasión da testimonio de la condición humana. Las causas son un pretexto para entregarse en vida por algo. La manera como se constituyen las voces de las esclavas de Manuela (Natán y Jonotás) y los personajes que van por ahí con un fin más discreto, son el reflejo de que la vida está llena de contradicciones. Las reflexiones sobre el ser colombiano: “La verdad es que nada me sorprende de los colombianos. Son gente maliciosa y egoísta. ¿Has oído lo que dicen de sí mismos? Dios hizo de Colombia la nación más hermosa del mundo... y para compensar por tanta generosidad la pobló con la peor gente de toda la tierra”, le dice Bolívar a Manuela, y uno siente, dolorosamente, esa terrible verdad. O esta frase, suelta por ahí, que nos dice que los indios y la tierra son la misma cosa, en esa sencillez uno entiende la cosmogonía.

No sé si es porque tengo esta novela fresca en mi memoria, no sé si fue por las múltiples interpretaciones que se fueron dando en las conversaciones que tuvimos durante tres semanas, pero Jaime Manrique logra con esta novela apasionante, que se volvió a editar el año pasado en la conmemoración del Bicentenario, inquietarnos y comprendernos un poco más. Dos claves para soñar con cambios verdaderos en este país que tantas veces pierde la esperanza .

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