Encontré al padre Nicanor solo en su casita. Solo y aburrido. Tristón. No dudé en invitarlo a salir a tomar aire, a respirar el paisaje.
-Vámonos, tío, a dar una vuelta por ahí. Usted parece aburrido en su encierro.
-Hasta en el cielo se aburre uno, muchacho. La rutina, la monotonía son peligrosas. Son la puerta de entrada a la depresión y al desencanto vital, a la abulia que tanto temían los monjes antiguos. Y los de hoy también, supongo. Vea si no a Mariengracia. Casi no la convenzo de que se fuera unos días para donde las Correales, que son sus amigas, alegres y gozonas, a ver si me le exorcizan la tristeza y el mal genio.
-Es que a la prima si le tocó muy maluco: solterona y cuidando a un cura viejo. Usted perdone.
-Tampoco es para que me ofendas....